«La poesía nunca llega después», un artículo sobre la poesía y la vejez de Mario Alberto Medrano

«Tanto Masoliver como Gamoneda, Tomás Segovia y Gelman representan el gran potencial que la vejez otorga a la voz de un poeta»

El viernes pasado tuve la oportunidad de platicar con el poeta Juan Antonio Masoliver Ródenas, el catalán experto en literatura mexicana y latinoamericana. El motivo central de la entrevista fue hablar de su nuevo libro de poesía, La negación de la luz. Pero la conversación no se quedó en los límites de esas páginas, sino que la llevamos a otro nivel, el de la creación misma. Masoliver fue tajante al decir que ésta era su primera obra de vejez, éste el momento único e inalterable en el que podía escribir de lo que ahora escribe: la conciencia de lo que vivió y de lo que ya no vivirá. En suma, la presencia de la muerte.

Por MARIO ALBERTO MEDRANO GONZÁLEZ
Artículo publicado en el diario mexicano Excelsior, el 15 de octubre de 2017

Esta reflexión se interna en el proceso de la creación, de una creación nunca tardía. Lo dicho por el autor de Paraísos a ciegas me llevó a pensar en aquellos escritores que han publicado su mejor obra llegados los últimos años de vida. Goethe, acaso el más representativo, el escritor mefistofélico, de personajes salvajes, lúdicos, perversos, sujetos llevados por la libido a una juventud inaplazable.

Uno de los creadores que mejor representa esta condición es el español Antonio Gamoneda. Lo más entrañable de su producción poética viene en su última edad. El Libro del frío, pieza capital entre su biblioteca personal, fue publicado cuando el poeta contaba con 61 años. Desde ese momento, Gamoneda volcó toda la inquietud lírica en la vejez: “Hay un anciano ante una senda vacía. Nadie regresa de la ciudad lejana; sólo el viento sobre las últimas huellas. Yo soy la senda y el anciano, soy la ciudad y el viento”.

La constante alusión a la soledad y a la finitud hacen de Gamoneda uno de los máximos representantes de esa práctica poética. Una fórmula con venenos que no siempre dañan: “Vengo del metileno y el amor; tuve frío bajo los tubos de la muerte”. El nacido en Oviedo emprende una caminata parsimoniosa a la muerte. En Cecilia, publicado en 2004, ya con 73 años cumplidos, dedicado al nacimiento de su nieta, el español se maravilla de un descubrimiento trascendental: su nieta viene de la inexistencia, mientras que él va a parar hacia allá. Es precisamente la vejez, ese espacio temido por otros tantos, como Borges, por ejemplo, que Antonio Gamoneda puede escribir con tal control y conocimiento de su voz poética, de sus capacidades como ser humano y como escritor.

Gamoneda no es el único de este perfil. Quiero sumar a dos autores más: Juan Gelman y Tomás Segovia. En ambos ocurre un mismo efecto conforme mayores se volvían: sus palabras se tornaban más honestas, menos fabricadas, más anchas, sueltas, a veces incurren en lo inocente, pero siempre con una dosis de procacidad. En el español es el cuerpo de la mujer y el amor lo que se agranda, golpea el pecho con otra vitalidad, más angustiosa a veces, pero con una suave cadencia en sus vestigios. La musculatura de los versos de Segovia gana enorme fuerza en Fiel imagen, que aparece a luz cuando el español tenía 69 años. Es en esa fiel imagen donde Segovia despeña versos con enorme rigor, pero con la soltura de la novedad, ganada por la seguridad de la edad. Ya no son los versos desbocados e inocentes de El sol y su eco, pero cabe decir que no con la potencia de los incluidos en Anagnórisis.

El caso de Gelman es similar al de Gamoneda. En su poesía abunda la reflexión, pero está con mayor picardía y menos solemnidad que el autor de Descripción de la mentira. Hay en sus libros una sabiduría gentil, honda, en suma contemplativa. Del ganador del Reina Sofía valdría mencionar Gotán, Los poemas de Sidney West, Salarios del impío y otros poemas y yo quiero agregar el título Hoy, escrito en 2013, cuando el argentino alcanzaba los 83 años. Al igual que Gamoneda con el libro Cecilia, Gelman plasma el entusiasmo de un abuelo por encontrar a su nieta, en este caso Macarena, a quien conoció hasta 2011 por vez primera.

Tanto Masoliver como Gamoneda, Segovia y Gelman representan el gran potencial que la vejez otorga a la voz de un poeta. Los dota de una enorme fuerza verbal, de experiencia, de paciencia para publicar sólo lo necesario, lo que hace justicia a su propia naturaleza, así como el hábil manejo de la palabra. Sin duda, me faltan nombres, mejor dicho, libros que son representativos de lo que ahora digo, pero aquí se abre una posibilidad de reafirmar el diálogo con, al menos, estos cuatro autores.

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