«Los Antonios», un artículo de Antonio Pereira sobre Gamoneda y Colinas

Reseñas y confidencias
ANTONIO PEREIRA
Breviarios de la calle del pez. Diputación de Leon. 1985.

Reproducimos, de este libro de Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, 13 de junio de 1923 – León, 25 de abril de 2009), el artículo titulado «Los Antonios» (pág. 137):

LOS ANTONIOS

Alguna vez se ha hablado en tono cariñoso, y hasta puede que se haya escrito, de una trinidad de los Antonios en el tablado de la poesía leonesa. Dos grandes Antonios de la poesía leonesa son, por supuesto, Antonio Gamoneda y Antonio Colinas. Del tercer Antonio no hablaré si no es en presencia de mi abogado, salvo decir que no vino al mundo ni en Oviedo ni en La Bañeza: en Villafranca del Bierzo, y en un día de la feria de San Antonio. Seamos, pues, tres los Antonios, y a quien Dios se la dé, San Pedro o San Antonio bendito de Padua se la bendiga.

Una vez (confesada queda la incongruencia) me tocó juzgar unos versos de Antonio Colinas. De esto debe de hacer como veinte años. Los jurados de aquel lejano concurso nos reunimos en la Diputación, y los tensos y maduros versos de reconocibles poetas de la nómina nacional dejaron paso, como en una augural gentileza «inter pares», a unos poemas de los que nadie sabría barruntar el autor, aunque sí la fuerza ya más que prometedora de su voz. Dentro de la plica había un nombre. Y había una dirección de La Bañeza y un número de teléfono. Yo mismo pedí la conferencia y hablé con una señora, y ella no tuvo que decirme su condición de madre porque las madres siempre acogen con una alerta sutil los recados inesperados que se dirigen a sus hijos. Antonio no estaba en casa en ese momento. El jovencísimo Antonio Colinas iba a recibir aquel día, al volver del paseo arriba y abajo o del concierto de la banda municipal, la primera noticia relacionada con su aventura poética.

El otro Antonio, Antonio Gamoneda, se parece a mí en que el uno sabe ayudar el otro más que a sí mismo. Condenados a la ciclotimia, no es infrecuente que las horas bajas de Antonio G. coincidan con la exaltación de Antonio P. Y al contrario. Hace ya muchos años que solemos beber juntos ese vino despacioso del anochecer, el único vino que vale la pena. Una tarde de julio, por ejemplo, tuvimos una larga sobremesa en Los Candiles. Recatado detrás de su pipa, Antonio sabe escuchar, incluso cuando incurre (pero esto es más con las mujeres) en una medida sordera llena de coquetería y astucia. Había que declararse con sinceridad, de siempre y en común nos hemos prohibido la medicina complaciente. Yo le reconocí, desde luego, al manuscrito que él había puesto sobre la mesa, una fascinación y una potencia verbal que casi se me hacían sospechosas, y también una dificultad para penetrar a primera sangre en las zonas oscuras del poema (mejor que poemario). Luego, como le habrá ocurrido a cualquier lector atento, resultó que los amplios versículos entregaban fulguraciones clarísimas. Pero hablamos, también del título del libro. El libro iba a llamarse, se llamaba ya en su existencia intrauterina y secreta, «Profundidad de la mentira». Sólo que al autor lo desazonaba esa «profundidad» a causa de un tufillo como metafísico. Tratábamos de otras cosas, pero era inútil, el poeta maquinaba en lo suyo, más espeso de cejas que nunca. De repente se dio una palmada en la frente: ¡Descripción de la mentira! Levantamos los vasos alegremente, sabedores de que nada podría modificar el hallazgo. Así marchó hacia la definitiva culminación de la imprenta ese libro anchuroso de salmos que al maestro Sabino Ordás iba a arrancarle una vehemente y compartida declaración: «¿Acaso Descripción de la mentira, de Gamoneda, no es solo el mejor libro de versos de este año, sino uno de los mejores del último lustro?».

Tocante al Antonio de Astrolabio y de Preludios a una noche total, diré que la distancia ha ido recortando las ocasiones de relación personal. Colinas se fue a vivir y a enseñar (que es la mejor manera de aprender) en las ondulaciones suaves de la Italia que hollaron nuestros antiguos clásicos, y creo que aquella cultura y el clima benevolente, más los versos de poetas como Leopardi, acentuaron la natural compostura, delicada y conviviente, de nuestro poeta del sur leonés. A Antonio Colinas lo hemos visto crecer en sabiduría, y también en fama, porque además de ser un primerísimo poeta, disfruta generalmente de buena prensa. Ahora parece compaginar sus lagos Trasimenos y sus Tarquinias con mensajes más inmediatos (por el estilo de Aleixandre cuando descendió a la plaza de todos, en «Historia del corazón») e incluso nos entrega ensayos periodísticos de meditada doctrina. No hace mucho que contó nuestra común experiencia veraniega de un recital de poesía para rebecos en el alto de Vegarada. Antonio Colinas alude a Antonio Pereira en su artículo, y me describe friolero, bajo mi manta a cuadros. Este país nuestro es muy influenciable, y alguna gente que no me ha dicho palabra por haber publicado una docena de libros, ahora me felicita porque he salido citado en El País.

Gamoneda y Pereira, durante un congreso, en una imagen de archivo. / Diario de León.

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