[Reproducimos íntegramente, tal y como se envió, una larga ENTREVISTA con ANTONIO GAMONEDA publicada en noviembre de 2019 en la revista en papel TintaLibre (infoLibre), en un número dedicado a la caída del Muro de Berlín 30 años después]
“El político es una especie que debe extinguirse”
Conversamos con Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) —premio Cervantes, voz siempre crítica con el sistema, que publica la segunda parte de sus memorias y la obra completa de su poesía—, para descubrir cómo ve el mundo y la vida (“ese extraño viaje desde la inexistencia hacia la inexistencia”) un poeta, un pensador, un trabajador, un luchador de 88 años.
Por ELOÍSA OTERO
Acaba de presentar “Esta luz”, dos tomos que reúnen más de setenta años de trayectoria poética. Y lleva semanas intentando poner fin a “La pobreza”, su segundo libro de memorias; casi 500 páginas en las que explora en sus recuerdos a partir de los catorce años, cuando ya trabajaba en un banco (encendía la caldera de madrugada), estudiaba por su cuenta, empezaba a escribir poesía y a militar en una célula antifranquista. Recuerdos que llegan hasta hoy, con páginas en las que habla de su “ancianidad” sin pudor.
Cuando le dieron el Premio Cervantes 2006, escuché a su amigo de infancia Pablo de la Varga: «Antonio se ha convertido en uno de los hombres más ricos del mundo y no porque posea riquezas ni dinero, que son cosas que no tiene. Viaja por todo el mundo y le pagan por ello; le reciben como a un príncipe, cuando habla todos se callan para escucharle y encima… ¡no necesita guardaespaldas!”. Se lo cuento y sonríe: “Es una definición trufada de exageración, en el estilo de Pablo. Se olvida de que en mi realidad están, como en la suya, los sufrimientos, las carencias…”.
Estamos en la galería de su casa, poblada de libros. Con las ventanas cerradas se escucha la algarabía de la calle (es 5 de octubre, San Froilán, fiesta patronal en León, donde reside Gamoneda desde niño).
—¿De dónde saca fuerzas para trabajar en la escritura durante todo el día y parte de la noche?
—Una fuente está en sacar fuerza del cansancio. Otra en el conocimiento de que no queda mucho tiempo para hacer algo de lo mucho que no he hecho. También, la convicción de que lo peor que puede hacer un viejo es apartarse de todo trabajo. Empiezan a perder sentido permanecer, afeitarse, encontrar a un amigo… Ya está en el desinterés angustioso de sí mismo. Se acabó.
—¿Hay una responsabilidad (ética, personal) ahí?
—Algo que parece una responsabilidad: Primero, conmigo mismo: no puedo darme espacios para el desinterés. Estoy desde siempre en la voluntad de trabajo. Permanecer en ella es una finalidad equivalente a la de vivir.
—¿Es usted de los que esperan algo de la vida o de los que consideran que es la vida la que espera algo de nosotros?
—No estoy por las grandes divisiones. Yo tengo deseos que tienen que realizarse en la vida y he de tener una conducta con esa misma vida. Trato de ser razonable en tal circunstancia. Espero algo, no demasiado, de la vida, y prefiero dar algo yo también. Si «el algo» es útil, justo o hermoso, mejor.
—A los 20 años usted ya formaba parte de una “célula” de la resistencia antifranquista, algo de lo que da cuenta en ese libro de memorias que está terminando. Usted ha dicho: “Esperábamos que la desaparición del dictador iba a suponer una transformación de la vida española, pero no ha sido así”. ¿Qué ha sido lo más decepcionante?
—Esperábamos algo que tuviera un valor semejante al de una desaparición del sufrimiento de la gran pobreza y de la gran riqueza. No fue así y sigue sin ser así. Con todo su carácter espantoso, la dictadura fue el tramo anterior de la misma secuencia depredadora y explotadora que ahora rige. Estábamos y estamos en la consolidación de la propiedad, en el regimiento y el uso absolutos de los bienes, productivos o no, por parte del capitalismo.
—Tras la última crisis económica, estamos casi peor que entonces…
—Durante la dictadura franquista estaba el pelotón de fusilamiento, y ahora están los desahucios, el desempleo, el maltrato a los inmigrantes… Todo eso lo originan los mecanismos del poder económico. La dictadura franquista también los tenía, y contó con otros propios del momento. La ayuda militar italiana y alemana fue ayuda filtrada del poder económico italiano y alemán. De Juan March, y de otros financieros de la época, consta su apoyo a los sublevados. ¿Cuál fue el motivo de la sublevación? ¿La fe católica? No, el motivo está en el dinamismo de la economía, forzado por las grandes entidades con o sin nombre. Y ahora hay democracia. La democracia aloja, protege y encubre la misma dictadura económica que prosperaba con la militar. Esto es así no sólo en España. Cabe pensar que la democracia es la máscara sonriente del capitalismo mundial. Máscara y sonrisa. Es lo que hay.
—¿Cree que existe un gobierno en la sombra?
—Sí. No hace falta saber los nombres; basta ver, por ejemplo, el petróleo; si en tal país hay demanda o no, si me interesa el petróleo de Venezuela y hay que ir allá «porque se da un trato antidemocrático a las personas», que no digo que no se dé. Gobierna y decide la presión de los bloques económicos. Estos pueden ser concretos, grandes compañías que están detrás de un gobierno, o puede ser una presión multinacional aparentemente difusa.
—En su nuevo tomo de memorias hace repaso de cómo la opresión y el sufrimiento revolucionario estéril, de una manera u otra, acabó con bastantes amigos; algunos como Jorge Pedrero, miembro de su misma “célula” en la resistencia, se suicidaron. ¿Le ha aliviado en algo revivir en el recuerdo aquellos años?
—No fue sólo Jorge… Aliviar su gravedad, no. Ayudar sí. ¿A qué? A seguir teniendo recuerdos. Escribir es activar un dispositivo que “saca de sí mismo” aquello que, reducido a nuestra conciencia, mantiene fijo un sufrimiento. Es una operación ligada al psiquismo, como la confesión de la iglesia católica o como manifestarse cantando; tiene un componente liberador. No hace desaparecer el sufrimiento, pero lo convierte en algo con lo que se puede convivir. Recuerdo el refrán de nuestras madres, al menos de la mía: “Quien canta su mal espanta». Eso es muy serio: hay en nosotros posibilidades liberadoras. Una de ellas, un privilegio, parece estar en la escritura.
—Generaciones como la suya conocen muy bien el resultado de los fascismos, pero es como si esa parte ominosa de la historia hubiera sido invisibilizada para las nuevas generaciones.
—Yo creo que eso es bastante natural que ocurra. Los fascismos, el franquismo en España, son, ya lo he dicho, modulaciones transitorias del mismo fenómeno económico, social y existencial. Permanecemos en él con algunas diferencias. La desaparición de los fusilamientos es una diferencia de cierto tamaño. Los que conocen aquello «de oídas» y se engolosinan con la sacarina tóxica del consumismo, tienden a no querer saber (la desinformación es cómoda) de aquello ni de esto. Y tragan gustosamente anzuelos, por ejemplo un coche, sin dar importancia a si le hipotecará varios años y vivirá peor, envenenará más el planeta, atropellará a personas o se matará él. ¡Y perderá el tiempo! En Madrid, tres horas de cada día de su vida, metido en una caja, echando pestes y respirando mierda. «¡Es que las ciudades son muy grandes o están lejos!». Sí, pero la ciudad monstruosa vende mucho. A más habitantes, más coches; a más coches, más ciudad… Es el gran arte de fabricar la necesidad.
—¿Qué le parece que los restos de Franco salgan del Valle de los Caídos?
—A mí me da igual que los dejen ahí o que los tiren a la basura. Con tal de que no molesten y no cueste dinero, por mí, los pueden roer los benedictinos. Cabría aprovechar y quitar la cruz. No por su simbolismo, claro. Es un ultraje al paisaje español, y un daño a la sensibilidad estética de las personas.
—¿Conseguirá este país enterrar definitivamente el franquismo?
—Lo que hay que enterrar es la fuerza y la forma profundas del capitalismo que generó el franquismo y ahora la trampa democrática. ¿Qué más da que enterremos o desenterremos los discursos, los huesos de Franco y los de sus sobrinos, si la causa queda ahí? Pedro Sánchez o no sé qué otros van a ser epígonos de la causa y no tocarán sus estructuras. No mandarán y lo saben. Supongamos que los que se dicen “izquierda” ahora mismo se entienden y se ponen a funcionar. ¿Qué pasa? Apenas nada. Mejoran discretamente pensiones y otros flecos, pero los bienes y la gestión de los bienes, incluidos los seres humanos, usados como instrumentos (tú trabajas por lo que te dé, tú no trabajas), siguen lo mismo. Es el sistema y «hay que respetarlo». Capitalismo más democracia. O lo que es igual: capitalismo más ficción.
—A lo largo de su vida, ¿políticamente ha habido algún periodo ilusionante, o la lucidez se impuso siempre?
––Ilusión sí, pero simultánea con los riesgos, con el sufrimiento. La ilusión que puede tener un chico de la resistencia. La ilusión de que la opresión y la pobreza cesen. Las ilusiones son una necesidad vital, pero suelen ser defraudadas. Ya no me toca ilusionarme para mí, pero conservo alguna ilusión para el mundo que voy a dejar. La quisiera más fundamentada.
—¿Se sigue sintiendo comunista en algún sentido?
—No en un sentido partidario; tampoco cuando estaba en un partido. Mi comunismo es primitivo, como en algunas tribus o en las primeras edades del ser ya humano. No es político; surge y se basa en las necesidades. El comunismo partidista es una rama «profesional» del comunismo esencial.
—¿Cómo vivió la caída del muro de Berlín en 1989?
—Casi sin enterarme. Me fui enterando, con el tiempo; por sus resultados. Apareció una fluencia de países del Este, gente que ahora mismo son inmigrantes. El mercado tuvo otras vías y otros espacios. Se creó una situación más abierta que atrajo la inestabilidad nacida en países árabes y en zonas de Oriente Próximo. Un baile distinto dentro de la misma fiesta.
—El capitalismo parece ahora mismo más salvaje, si cabe, en lo que antes era el bloque soviético, también en China…
—El gran teatro del mundo. El comunismo capitalista de China, salarios y jornadas de esclavitud «en razón del bien común», ¿qué es eso?. Se activan resortes, se crean las estructuras del poder «popular» y los servidores obligados del poder «popular». Ya estamos en la farsa, en el capitalismo de Estado. Todo tan paradójico como que acá sea democracia la dictadura económica. El mismo fondo en China que en USA. O en España.
—Por cierto, ¿cómo ve a Trump?
—Trump… Una pieza de la gran máquina depredadora. Es posible que no la eligieran bien. Es demasiado estrepitoso. No les ha salido bien la pieza.
—Ya, pero ahí está…
—Sí, sí. Está ahí y es una molestia. Igual que… “Oye, que hemos inventado Ciudadanos para quitar al PP y no ha funcionado”. Es lo mismo, no salió buena la pieza. Pero ¿que Trump es un majadero? Sí, un majadero peligroso.
—Afirma que “los políticos no son nada más que los sacristanes del poder económico”. ¿Qué es lo que impide avanzar a una sociedad como la nuestra?
—Sacristanes… puede ser una manera de aludir a los políticos, sí. Y avanzar… ¿Avanzar hacia qué?
—Hacia la igualdad, hacia un reparto más equitativo de la riqueza, por ejemplo.
—Todo avanza, se supone siempre. ¿En qué sentido? No perdamos tiempo en nebulosas: avance en el sentido de consolidar y acrecentar la posesión de riqueza y las formas de hacerlo, contando con la garantía de un brazo político connivente. El avance hacia una comunidad existencial no lo veo; a no ser el testimonio de pequeñas comunidades en todo el mundo. Nosotros estamos en el paso atrás paso adelante, bailando moderna una vieja pavana. Aparece Podemos, aparece Vox… Vocean, prometen, critican, se entretienen peleándose y, mientras tanto, continúa la marcha depredadora.
—¿Cómo analiza lo que ha sucedido estos últimos meses en España, la incapacidad de PSOE y de Unidas Podemos para llegar a acuerdos de gobierno?
—Se me hace incomprensible si me limito a pensar que son personas honradas con dos dedos de frente. En una izquierda real no se da oposición entre los partidos, ni diferencias graves en lo que conviene al bienestar de los ciudadanos. Sería grotesco que uno pensase que conviene un par de coches por familia, y otro que se trata de que no echen a mis padres de casa. Exagero pero se me entiende. ¿Se puede alterar la noción objetiva del bienestar, que ha de ser, supongo, la de la izquierda? Y ahora sin exagerar, y obviando la izquierda y la derecha: dicen que me van a aumentar la pensión, si gobierna Pablo Casado, un 1%; si gobierna Pedro Sánchez un 3%. ¿Ha pasado algo? Mi bienestar sigue «colgado». Añado una opinión relativa al PSOE y a Podemos: Si el Ibex 35 hubiera querido que se entendiesen, se habrían entendido. Y habría Gobierno. Y, naturalmente, nada cambiaría.
—¿Cómo interpreta el auge de Vox?
—Vocerío aparte, no son más radicales que los populares; unos y otros dejarían la cosa como está. Pero no es malo para la circunstancia (para los manejos del poder) que haya grupos y personajes muy… caracterizados. Vox es la muestra folclórica de la derecha. Está por las tipicidades: la mujer cosiendo, España Una etc. Bueno, si procede, se le puede reñir un poco.
—¿Qué le parece la entrada en escena de Íñigo Errejón con “Más País”?
—No tengo datos para juzgar. Únicamente tengo información, ya de hace algún tiempo. Parece que es más inteligente que, en general, los políticos. Pero ¿para qué? ¿Qué puede o quiere hacer? Ha dicho que quiere «ser el pegamento de la izquierda». No está mal. Pero sigo preguntando: ¿de qué izquierda? ¿De la izquierda decorativa que hay?
—¿Y lo que está pasando en Cataluña?
—La península estuvo fragmentada hasta hace un rato, 500 años o así. Al poder le interesó la autoridad en un terreno grande y eso es la unidad de España. Y ¿ahora? ¿Que hay unos señores que dicen que no o que sí? Bueno, pero que no molesten. El independentismo de los catalanes me parece una tontería. Y la histeria unitaria de los hiper-nacionales otra tontería.
—¿Hay algún político español que valore especialmente, para bien o para mal?
—Aznar fue el que montó el «supermercado» de la derecha, la «tienda» común con los grupos económicos: Tiene una importancia maligna. Si la pregunta fuese un político del «menos mal», dentro del fracaso general del socialismo mencionaría a Zapatero. Fue el que adoptó más medidas sociales con signo positivo. En cualquier caso, pienso que el político es una especie que debe extinguirse universalmente.
—¿Y por qué los sustituiría?
—Por formas de poder directo, no delegado, que tendrán sus mecanismos pero son ajenas a la «lotería» del voto y a la fragmentación. Con fundamento en las necesidades. Bases y coordinación ciudadanas identificadas en y con las necesidades. No es imposible y no es anarquismo.
—¿Va a votar el próximo 10 de noviembre?
—No lo sé y no tiene interés. Depende del momento. Votando a cualquiera de ellos, en relación con la causa real de los hechos estoy votando lo mismo. Voto sistema: democracia ficticia más dictadura económica encubierta.
—Pero no da igual que gobierne uno u otro…
—No, pero sólo en detalles de repercusión menor: que no echen a papá de casa, o que me actualicen la pensión con mejor índice. Luego, en relación con el hecho determinante de todo, estamos en las mismas.
—No es usted escéptico, es descreído…
—¿Cómo puedo confiar en algo que viene ocurriendo desde que el poder y la propiedad absolutos (nobleza, Iglesia o monarquía) cesan y comienza una opereta trágica —primer acto, Revolución Francesa (guillotina más «libertad»); segundo acto, Wall Street y otros despachos multinacionales; entreactos, guerra civil española, Vietnam etc.—, es decir, aparición sucesiva de burguesía, capitalismo y democracia versus seres humanos a secas?
—¿Se siente republicano?
––Me siento republicano con tal de que la república no sea una república —que puede serlo, lo hemos visto— nazi, por ejemplo; que el Tercer Reich y Hitler son árbol que creció republicano. O una república soviética. Puedo ir de republicano si conozco y apruebo lo que va a hacer la república.
—Y con respecto a los reyes, ¿cómo se siente cuando va a comer con ellos, con todos los premios Cervantes, por ejemplo?
—[Risas] El otro día comí a la izquierda del Rey, persona amable. Pues puedo ser conforme o disconforme con la institución, quién sabe. Pero el chico o la chica que la lleven… me gusta saber cómo son en cuanto humanos; como padres, por ejemplo. En resumen: soy indiferente al asunto institucional monarquía sí o no. Me importa el país en que reinan o no reinan.
—Usted aboga por una revolución económica, que consistiría en abolir el consumismo y crear una economía alternativa…
—Básicamente sería eso. El consumismo es un artificio, sin el que actualmente no se sostendría el capitalismo. Es una intoxicación; una forma excitada, maligna, de recuperar buena parte de la retribución del trabajo.
—Pero eso ahora mismo eso es irrealizable, y más en un tiempo en que vivimos rodeados de cosas (como internet, ordenadores, teléfonos móviles, aplicaciones…) de las que no podemos prescindir.
—Sí se puede. Son adicciones creadas; virtualmente, «ideología y praxis tóxicas». Hay «tratamientos» sanos y eficaces; la abstención opcional estimulada, por ejemplo. Se puede incluso antes de contar con equivalentes limpios. En esa abstención consiste, hoy mismo, la mejor revolución posible.
—Quizá usted podría prescindir de ello, pero para vivir en el mundo actual, trabajar, relacionarse como se relaciona la gente ahora…
—Se hace necesario dentro de las estructuras y de las comunicaciones entre estructuras creadas para que generen consumo, no fuera. Existe la ciudad monstruosa, resultado de una centralización monstruosa. Es una normalidad fingida: vende coches y multiplica por 50 el precio del suelo. Con estrategias y paciencia se sustituye ventajosamente. Doy pistas. Una: resido en León y me pongo enfermo en Almería: me tratan contando con mi historial clínico incluidas resonancias magnéticas. Otra: me muevo 5000 kilómetros al año y no tengo coche: los hago en taxi, creo trabajo y me cuesta menos que con mi coche.
—Entonces lo que hace falta es conciencia…
—Claro, una conciencia que no se puede crear de repente, pero se puede crear. Se necesita paciencia revolucionaria y bloquear los grandes intereses contrarios. Hay una mala solución repentina: la gran catástrofe, sucedida por la pobreza universal. No me atrevo a desear esta solución.
—¿Y no le parece que lo que hay es una guerra soterrada contra los pobres?
—Siempre. Cabe pensar que el ser humano, como parece que, en su grado, se da en otras especies (en las abejas, por ejemplo), hubiera nacido en una empatía natural. Pero el humano adoptó la «manera» de las especies depredadoras y originó la pobreza. Llevamos, no sé… ¿25.000 años? perfeccionando mecanismos depredadores. Ahora, la oportunidad histórica es una revolución pacífica: solidaridad con los iguales y, frente al poder (el que nos oprime y despoja), la Gran Abstención destructora (del capitalismo o de sus formas sucesoras). En otro caso, lo dicho, la guerra (fría o caliente) y la explotación y el acorralamiento permanente de los pobres.
—¿La Renta Básica le parece una buena medida para paliar un poco la situación de pobreza y precariedad de cada vez más ciudadanos?
—Un poco, sí, un poco. No modifica nada sustancial, es un remiendo, pero bueno, sí, que haya esa renta… Pero no es una solución, es un remiendo.
—En 2012, cuando la Unión Europea recibió el Nobel de la Paz, usted se manifestó muy crítico: “Si se produce el crimen, no hay paz, y crímenes son la creación de pobreza, de enfermedad, de indefensión o de muerte, el mercado de las armas, las connivencias –aisladas pero reales, que las hay– de fuerzas económicas o políticas y mafias…”. Las cosas no han mejorado…
—La paz, la pobreza y la riqueza están falsamente caracterizadas. Se siguen montando «concertinas»; la Constitución dice que tengo derecho a un hogar pero yo duermo bajo un puente; se estimula el mercado de los vehículos que producen la muerte de 1000 españoles al año; se autoriza una industria que rebaja un 10% la vida media en cinco pueblos. Así seguirá mientras al mercado no le convenga otra cosa. Y será en paz. Premio Nobel.
—Los inmigrantes vienen a Europa creyendo que aquí se respetan los derechos humanos. Pero no hay un tribunal internacional que controle los desmanes de los gobiernos.
—Los tribunales y las leyes son obra de los mismos que ponen los gobiernos y hacen mercado con la vida. Habrá tribunal si no estorba.
—¿Qué significa para usted la palabra “dignidad”?
—Que yo me respete a mí mismo en un grado sensato y exija que se me respete en ese grado porque yo hago otro tanto con los demás.
—¿Cómo se pronuncia usted frente al grito: “La revolución será feminista o no será”?
—La dinámica depredadora de la especie tiene un soporte machista que las mujeres no deberían envidiar. Pasando a dinámicas más nobles, es natural, necesario y justo que las mujeres estén en la acción con el mismo nivel que los hombres. También en la acción revolucionaria.
—¿Cree que la escritura de las mujeres aporta alguna cualidad a la poesía hegemónica?
—¿Cómo no la va a aportar? Con independencia de que seamos tan seres humanos los hombres como las mujeres, toda la realidad femenina que falte debe estar en la poesía y enriquecerla. Todavía hoy le falta a la poesía buena parte del ala femenina, necesaria para que la totalidad vuele bien.
—Un verso suyo (“Yo estoy naciendo en otra especie y el exterior es lívido”) sirvió para titular una antología poética del colectivo Capital Animal. ¿Es usted animalista, comparte sus postulados?
—Con los animales convivimos. Esa convivencia tiene que ser amistosa cuando el animal lo es también. Cuando es un animal dañino, está la actitud defensiva, que no es la depredadora.
—¿Qué le parece la figura jurídica de “persona no humana” para ciertas especies de animales, como los grandes simios?
—Yo llamaría “persona no humana” hasta a las lagartijas. La lagartija es sensible y tiene su instinto; esto, en su nivel, es una forma de inteligencia. Y de vida. Algo mío pudo estar hace un millón de años en una lagartija.
—¿Hasta que punto la poesía puede ser revolucionaria en un mundo cada vez más tecnológico?
—Sartre negaba la mayor diciendo que no, que no sirve: la poesía es subjetiva y la realidad a revolucionar objetiva. Creo que no tiene toda la razón: olvida la capacidad, a veces decisiva, de fuerzas que tienen un origen subjetivo. Pongamos un mal ejemplo, que son los más claros: en el nazismo, la “poética de la raza” acompaña a intereses económicos en un hecho negativamente revolucionario. No se puede descartar la subjetividad. La poesía, directamente no sirve para nada, pero propicia y estimula conductas revolucionarias, para bien o para mal.
—¿Escribir ayuda a entender la vida y el mundo en que vivimos?
—Ayuda a asumirlo. La comprensión del mundo y de la vida es una abstracción. Los seres humanos han querido comprender siempre y no han comprendido nunca. Es demasiado lo que hay que comprender. La poesía ayuda a asumir, a tener conciencia de que esto es así, y de que hay que estar contra ello o a favor de ello. No es poco.
—¿Cuál sería su mejor definición de la poesía?
—No hay definiciones para la poesía; la que, como aproximación, más me gusta es la de Juan de la Cruz, «un no saber sabiendo». Pero no es una definición, abarca sólo una de las potencias de la poesía. A ver si atino yo a decir algo: Manifestación simultáneamente inteligible y sensible de un significado; un lenguaje «otro» en el que las palabras representan «más allá» del lenguaje usual. Esto es un intento, relativamente mío y original, de acercarme. El lenguaje de la poesía no tiene los mismos orígenes ni las mismas funciones que el lenguaje comunicativo convencional.
—Mójese un poco: ¿lee a sus contemporáneos?
—Releo, entendiendo por contemporáneos cien años, puede interesarme más releer a Valle-Inclán o a Kafka que a un muchacho que está bien pero…
—¿A qué autor ha descubierto últimamente?
—En nuestra lengua, el último autor que me interesó como descubrimiento fue Carpentier, hace 30 años. En otras, son más años, puede que 60: la intuición desoladora de Kafka es lucidez en un grado de creación no superado posteriormente. Mis «descubrimientos» no son muy recientes. Me ronda y pudiera serlo Canetti, en una lectura fuerte, todavía muy incompleta.
—¿De qué libros no podría prescindir?
—Son muchos. Los libros se hacen imprescindibles en arrebatos puntuales. Pensándolo mejor, no puedo prescindir de la Biblia –no me interesa su lado trascendente, sí lo que tiene de creación literaria–, ni del Romancero, ni de Cervantes, ni de Góngora, ni siquiera de Quevedo. Y dando un salto a otra especie, ni de Kafka, de Juan de la Cruz o de Vallejo. Pero nunca en modo absoluto o constante. Necesito tenerlos ahí, no vivo obsesionado por ellos.
—¿Hay algo que le hubiera gustado hacer en la vida y no pudo cumplir?
—Asumir la vida supone forzar una especie de olvido de lo que no has podido hacer, o de lo que no te ha ocurrido. Hay cosas que si no las he hecho es que no estaban en mi mano. Me hubiera gustado convivir, conocer a mi padre. Y ¿qué estuvo en mis posibilidades y no hice? No lo he pensado. Si a los 14 años, en lugar de tener la vida repartida entre encender una caldera y empezar a escribir, hubiera estudiado economía… No me lo planteo. Siempre quieres ser mejor de lo que eres o tener lo que no tienes.
—¿Cuál es su mayor preocupación ahora mismo?
—Cesar en el daño que me hago a mí mismo todos los días diciéndome que hoy termino mi segundo tomo de memorias.
—¿Le cuesta escribir narrativa?
—Yo creo que más que la poesía. Me cuesta entrar en la «llanura prosódica»; permanecer, no tanto. Tardíamente, estoy aprendiendo algo.
—¿Como es esa lucha con la palabra?
—La palabra poética tiene un generador natural, conocido desde siempre aunque poco recordado: la rítmica, que decide también el cuerpo propio de la misma palabra. En el convenio actual, una narración no está fundamentada en la rítmica sino en hechos explicitados de manera informativa. Esta diferencia me resulta incómoda. Trato de superarme y el esfuerzo puede quebrarse y originar lagunas. No me siento desdichado: la historia de la escritura, incluso de la gran escritura, está llena de esas lagunas.
—¿Tiene algún proyecto nuevo en la cabeza?
—Sí. Tengo muchas notas «de pensamiento»; suficientes quizá para doblar El cuerpo de los símbolos. Y aún quisiera escribir dos libros, quizá breves, con una voluntad pasional por la escritura misma, independientes de mi ideología y de mi pensamiento acuciante. Un libro de poesía libre de esos vínculos, y quizá una narración en la que, a diferencia de lo que hago ahora con las memorias, me preocupase sólo por construir una pieza de arte.