Reseña de la ‘Antología poética’ de Gamoneda (Alianza, 2013), por José Luis García Martín

Antología poética
Antonio Gamoneda
Selección e introducción de Tomás Sánchez Santiago
Alianza Editorial. Madrid, 2013

Antonio Gamoneda, un poeta a contracorriente

Por JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN
(Publicado en su blog CRISIS DE PAPEL, el 17 de junio de 2012]

Comienza Tomás Sánchez Santiago, excelente poeta él mismo, el prólogo a la Antología poética de Antonio Gamoneda aludiendo a su “caso”, “insólito en los usos habituales del mundo literario español”. Y ciertamente Antonio Gamoneda es un poeta insólito, pero quizá no por las razones que Sánchez Santiago señala.

Anecdótico resulta el mayor o menor encaje del poeta con su generación (la del cincuenta, la de los niños de la guerra), sus declaraciones contra este y aquel (Benedetti, José Hierro, Ángel González), su decidida toma de partido en la lucha de banderías en que a veces se convierte la vida literaria, o una aireada marginación que no resulta incompatible con la obtención de los más altos galardones oficiales.

Antonio Gamoneda es un poeta insólito por otras muy diversas razones. Se trata (pocos casos más hay en la historia literaria) de un poeta a contracorriente de sí mismo, de un poeta que ha hecho lo mejor –y quizá también lo menos logrado de su obra– luchando contra su tendencia natural al realismo, al dolido testimonio autobiográfico.

Durante muchos años pareció que Antonio Gamoneda iba a ser autor de un único libro, Sublevación inmóvil, correctamente impersonal, muy en la línea de la colección Adonáis en que apareció. Antes y después había escrito más poemas, pero durante diecisiete años solo se le conocería por sus críticas de arte y su eficaz labor cultural en la diputación leonesa. La colección Provincia, que dirigía, le había puesto en contacto con los nuevos poetas españoles, y en esa misma colección reapareció convertido en un poeta distinto. Descripción de la mentira había comenzado a escribirse a finales de 1975, poco después de la muerte de Franco, pero era un libro que prescindía de la anécdota, que enlazaba con el nuevo clima estético –más proclive al hermetismo y al irracionalismo– que habían puesto de moda los novísimos.

Descripción de la mentira llamó la atención de los más avisados; Blues castellano, aparecido en 1982 en una editorial gijonesa de muy limitada difusión, defraudó a los mismos que habían admirado el libro anterior: directo, emocionante, contundente, constituía un buen ejemplo de la poesía social, que entonces parecía superada para siempre (renegaban de ella algunos de sus más conspicuos cultivadores, como José Agustín Goytisolo).

Todo el trabajo posterior de Antonio Gamoneda va en contra de la línea representada por Blues castellano, pero él, sin embargo, ha querido mantenerlo tal cual, corrigiendo algún poema (eliminando, por ejemplo, redundancias e imprecisiones), pero sin desvirtuar su sentido ni su intención, al contrario de lo que gusta hacer con sus textos anteriores a Descripción de la mentira.

Lápidas, de 1986, es un libro de transición y una obra que nos permite entrar en el laboratorio del poema. La mayor parte de los poemas tienen un origen circunstancial: el catálogo de un pintor, el prólogo amical a un libro de poemas, un homenaje, un libro sobre León en el que participan también José María Merino y Luis Mateo Díez. Al reunirlos en volumen se reduce al mínimo ese pretexto, se busca un máximo de universalidad. Pero queda la huella del origen y el autor la aclara en las notas finales. Tras leerlas, volvemos al libro y muchas brumas se disipan.

En la parte tercera de Lápidas evoca Gamoneda el León de su infancia y su infancia misma, con todo su dolor y su desvalimiento. Al lector le llega, para decirlo con palabras de Antonio Machado, “confusa la historia / y clara la pena”. La misma historia, pero ya sin ninguna veladura, y sin ninguna muestra de piedad hacia sí mismo, se nos cuenta en el volumen de memorias Un armario lleno de sombra (alguna anécdota cruel ya se nos había contado en Blues castellano).

Tras los anteriores titubeos, Antonio Gamoneda, se reinventa y se reescribe (una de sus tareas favoritas) en Edad (1987). Críticos como Miguel Casado le ofrecen la justificación teórica, y el propio Gamoneda intenta teorizar su rechazo del realismo en libros como El cuerpo de los símbolos.

En la edición de su poesía completa, Esta luz, desaparecen las referencias al origen de los poemas de Lápidas, como si el poeta –que, sin embargo, tanto gusta de las minuciosas precisiones–  tratara de borrar pistas.

Libro de frío (1992) y Arden las pérdidas (2003) ejemplifican a la perfección la estética que el poeta ha querido hacer suya: eliminación de la anécdota, irracionalismo metafórico, poesía que no quiere ser “literatura” sino aproximarse a la capacidad de sugerencia y falta de referencias de la música.

En sus ejemplos más extremos, Antonio Gamoneda recuerda a aquella paloma de la que hablaba Kant, una paloma que soñaba con eliminar la resistencia del aire para poder volar más libremente, sin darse cuenta de que era precisamente esa resistencia lo que la permitía volar.

Antonio Gamoneda ha querido huir del realismo, borrar cualquier referencia concreta, moverse en el terreno del símbolo que se simboliza a sí mismo, que no remite a nada externo. Pero la realidad le alcanza y titula Cecilia, el nombre de su nieta, un hermoso libro, que no se avergüenza de su origen, de la emoción tan común y tan humana que le da origen.

Esa aceptación de sí mismo continúa en Canción errónea, donde ya no se tachan los nombres que dan origen al poema (“Hoy he visto a Cecilia. Su melena está llena de luz”) y el lenguaje se hace a menudo directo, coloquial, cercano al de tantos otros poetas de su denostada generación realista: “Has cruzado despacio la ciudad. / Por una vez, tú no vas a trabajar / ni a comprar una medicina ni a entregar una carta: / has salido a la calle para estar en la noche”.

No quiere esto decir que el mejor Gamoneda sea el de Blues castellanos o el de Canción errónea, aunque en este último libro estén algunos de sus más conmovedores poemas. Gamoneda da lo mejor de sí mismo cuando trata de reescribir sus versos para eliminar de ellos toda la ganga, para dejar que las palabras vuelen solas, para esconder cualquier referencia a la prosaica realidad que está en su origen, y no lo consigue del todo. Si lo consigue, el poema se le escapa de las manos, se aleja del lector de poesía y ya solo sirve como pretexto para las elucubraciones de su corte de críticos afines.

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