(…) Pereira, que se recordaba de niño leyendo en la trastienda de la imprenta de su tío Tomás en Villafranca libros de José María Vargas Vila hasta que “se cruzó” por el camino Ramón María del Valle-Inclán y su Sonata de otoño, se asentó de joven en León, donde conoció a otro poeta. “Él era un joven escritor y yo aspiraba a serlo”, cuenta Antonio Gamoneda. Para las precariedades de la posguerra española, Pereira podía disfrutar de una “vida privilegiada” como “hombre de negocios” asentado al principio en el Hotel Regina, cuenta Gamoneda al recrear paseos hasta el final de Ordoño II compartidos también con el sacerdote Antonio González de Lama. “Fue un hombre, sobre todo, con una capacidad de comprensión interpersonal extraordinaria; y con matices irónicos, propios de las personas del Bierzo”, valora.
Pereira y Gamoneda estaban en la órbita, aunque “no en el cuerpo central”, de la célebre revista Espadaña. Sus encuentros “solían comenzar o terminar” en el Restaurante Los Candiles, donde pedían un par de raciones. Nacido el primero en el Bierzo y el segundo en Asturias, compartían algunas cosas (la condición de poetas y de leoneses de residencia), si bien Pereira “hacía sus contactos literarios en Madrid” y Gamoneda era “un chico malo provinciano”. No obstante, siempre hubo cercanía, basada muchas veces en “consultas recíprocas” que iban de lo literario o lo médico-farmacéutico. “Me llamó un día cerca de las doce de la noche. Y nos vimos en la cafetería del Conde Luna. Ya no recuerdo si era por un fármaco para la depresión o por un gerundio”, ilustra Gamoneda.(…)
- «Retrato de Antonio Pereira: cien años del maestro del cuento con alma de poeta que elevó a arte la narración oral», por César Fernández, en ileon.eldiario.es