[Este texto de Carlos Piera se publicó inicialmente en la revista vasca Zurgai, en el número monográfico especial dedicado a Gamoneda, de diciembre de 2001, titulado «Con Antonio Gamoneda». Posteriormente Carlos Piera lo recogió en su libro La moral del testigo. Ensayos y homenajes (Madrid, Antonio Machado Libros, 2012).]

«La moral del testigo», un libro de Carlos Piera.
«Gamoneda: Del tiempo de las cerezas»
Por CARLOS PIERA
Y pensar que decir esto da reparo. Algo tiene de malo nuestro tiempo o cualquier tiempo, el utillaje con que comentamos la poesía o, también, cualquier otro instrumental semejante. Parece que va uno a estropear la velada con una inconveniencia que, para colmo, enuncia lo que todo el mundo sabe.
Antonio Gamoneda puede mirar desde más abajo y sabe mirar más de cerca. Entré en la casa y me quité el abrigo / para que mis amigos no supieran / cuanto frío tenían. Eso no se aprende: eso se es, y ya está. Está ya ahí como lo que es uno, y lo que es uno tiene un agujero grande, renovándose desde la niñez con cada oficio y cada ejercicio, incomprensible y por ello solicitándole a uno constantemente. Eso define infancia (la espalda de la indiferencia…, la curiosidad de los perros y la piedad de las mujeres), trabajo (Va a hacer diecinueve años / que trabajo para un amo. / Hace diecinueve años que me da la comida / y todavía no he visto su rostro) y amor (Todos los días salgo de la cama / y digo adiós a mi compañera. / Vean: cuando me pongo los pantalones, / me quito / la / libertad). Todo en la vida es, entonces, incomprensible. Solo que le pasa a casi todo el mundo.