Amando Casado

Gamoneda lee poemas de «Arden las pérdidas» (2003)

Antonio Gamoneda lee poemas de su libro «Arden las pérdidas» (2003) en este vídeo de Verboilustrado, cuya imagen es una fotografía de Amando Casado en la que se ve a Gamoneda posando para el escultor Amancio González Andrés.

CLARIDAD SIN DESCANSO
De: «Arden las pérdidas» (2003)
Antonio Gamoneda

Quizá me sucedo en mí mismo. No sé quién pero alguien ha muerto en mí.
También ayer olía la desaparición y estaba amenazado por la luz, pero
hoy es otro el cuchillo delante de mis ojos.

No quiero ser mi propio extraño, estoy entorpecido por las visiones.
Es difícil
poner luz todos los días en las venas y trabajar en la retracción
de rostros desconocidos hasta que se convierten en rostros amados
y después llorar porque voy a abandonarlos o porque ellos van a
abandonarme.
Qué
estupidez tener miedo al borde de la falsedad, qué cansancio
abandonar la inexistencia y
morir después todos los días.

Antonio Gamoneda y Antonio Pereira, fotografiados por Amando Casado (2005)

Antonio Gamoneda en una fotografía de Amando Casado (2005 aprox.)

Antonio Pereira en una fotografía de Amando Casado (2005 aprox.)

«Hay una luz que camina», un texto de Juan Carlos Mestre para el libro «Veo la luz» de Amando Casado y Antonio Gamoneda

Una de las fotografías de Amando Casado, con fragmento poématico de Gamoneda, en el libro «Veo la luz».

Portada del libro.

VEO LA LUZ
Amando Casado (fotografías)
y Antonio Gamoneda (fragmentos poemáticos)
Eolas Editorial, León, 2011

Nota: El volumen incluye, a modo de prólogos, textos de Juan Carlos Mestre, Luis Grau Lobo, Eloísa Otero y Roberto Castrillo. El libro también se acompaña de un DVD, «Veo la luz en el Camino», con fotografías de Amando Casado, fragmentos poemáticos recitados por Gamoneda y música de Senén García García de Longoria.

Este texto de Juan Carlos Mestre es uno de los que aparecen incluidos en las primeras páginas del volumen:

HAY UNA LUZ QUE CAMINA

Por JUAN CARLOS MESTRE

Hay una luz que camina y está empapada por la velocidad de las lágrimas que le confidencia la sombra que marcha a su lado. Es la luz que coincide con el ángulo de la vibraciones donde la noche da su razón a la conciencia del sueño. Es entonces la luz insistente de los sueños la que entra en la mirada del otro, el que bajo el estallido de la tormenta, sobre los barros convivientes de su soledad, ante los hierros de la imaginación del futuro, hace visible la esperanza del antifilósofo y el fracaso del mágico. Es la luz abierta contra la penumbra que amenaza el encierro, la dignidad de los caminantes descalzos atraídos por algún tipo de pensamiento magnético.

Es la luz de la imposibilidad, por eso es también la luz de la creencia de cuanto no encuentra reposo: la propia búsqueda, las campanas de invierno donde aún resuenan las voces de los maltratados por la lógica del último siglo. Son las claridades que madura la luz, el fruto que justifica la inmovilidad del árbol y el pararrayos de los límites. Una luz hecha de substancias oscuras como el perdón que abre con sus llaves de lluvia las huellas hacia las nervaduras de la catedral o el castillo de naipes.

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«El pensamiento luminoso», un texto de Eloísa Otero para el libro «Veo la luz» de Amando Casado y Antonio Gamoneda

Portada del libro.

VEO LA LUZ
Amando Casado (fotografías)
y Antonio Gamoneda (fragmentos poemáticos)
Eolas Editorial, León, 2011

Nota: El volumen incluye, a modo de prólogos, textos de Juan Carlos Mestre, Luis Grau Lobo, Eloísa Otero y Roberto Castrillo. El libro también se acompaña de un DVD, «Veo la luz en el Camino», con fotografías de Amando Casado, fragmentos poemáticos recitados por Gamoneda y música de Senén García García de Longoria.

Este texto de Eloísa Otero es uno de los que aparecen incluidos en las primeras páginas del volumen:

EL PENSAMIENTO LUMINOSO

Por ELOÍSA OTERO

¿Cada instante del universo entraña su propia historia?

“La vida es un extraño viaje desde la inexistencia hacia la inexistencia” dice Gamoneda, el poeta de la luz, el mismo que afirma que él nunca sabe lo que sabe hasta que no se lo dicen sus propias palabras.

La realidad se puede descomponer en múltiples realidades simultáneas. Si la cámara es la pluma del fotógrafo, las fotografías son su voz y su mirada, lugar de encuentro. El fotógrafo capta el reflejo de algo que existió en algún punto del espacio-tiempo. Pero lo que queda de ese momento, su memoria impresa, no es más que el reflejo de la materia en un instante vital irrepetible y único.

Entre todos los caminos de la vida, hay uno que cuenta de verdad. En él las preguntas te llevarán mucho más lejos que tus pies, aunque calces botas de siete leguas.

Día tras día, mientras el dolorido cuerpo se abre al paso con el talón en pura boja, cada instante se suma a su relato. De noche, bajo la luz de estrellas extinguidas hace miles de años, hay un algo intangible que aletea interfiriendo en la interpretación sentimental de las imágenes, desafiando al mero entendimiento sensorial.

Música, pálpito, huellas espectrales. Sobre el papel emulsionado emerge el alma contenida de la materia y de las cosas. Los petroglifos, antiquísimas piedras escritas, invitan a reinterpretar los derroteros.

Y en el camino surge, de pronto, la iluminación: este libro es el relato de una búsqueda, pero también la construcción de un pensamiento. Como Gamoneda, Amando Casado se extravía en la luz, tanteando otra verdad distinta a la que se ilumina en primer término, otra verdad contenida. (“La luz es para todos los hombres. / También la tierra lo será algún día. / Si tu pensamiento es libre como la luz / que tus manos sean generosas como la tierra”).

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Antonio Gamoneda conversa con Antonio Colinas (2007)

Antonio Colinas y Antonio Gamoneda. © Fotografías: Amando Casado.

Antonio Colinas y Antonio Gamoneda. © Fotografías: Amando Casado.

[Entrevista publicada en El Cultural, el 9/04/2007]

Antonio Gamoneda conversa con Antonio Colinas

“Lo de las generaciones poéticas es un disparate”

Subiendo por la calle Ancha de León, en dirección a la casa del poeta Antonio Gamoneda, la memoria va hacia atrás, se abisma. Invierno de 1970. Había soledad y nieve en los montes que rodeaban la “capital del fiero invierno”, pero en aquella cafetería del Hotel París –la que ahora también queda (renovada) a la izquierda de la calle, mientras se asciende hacia la catedral– mis horas libres pasaban cálidas y con lecturas.Y en aquel año de crecimiento interior, la ciudad ya guardaba las presencias literarias de referencia: Victoriano Crémer, que ahora cumple sus 100 años de luchas con energía, Antonio Pereira, maestro de tantas cosas, el primer autor español de cuentos del momento, dicen, y Antonio Gamoneda, en quien esa lucha por ser y por escribir desde la provincia quizá haya sido más exacerbada.

Por ANTONIO COLINAS 

De Gamoneda guardo un recuerdo primero. Estamos ya en 1975. El joven poeta le lleva a su despacho las pruebas de imprenta de un libro, Sepulcro en Tarquinia. Aunque había frío, Gamoneda tenía abiertas de par en par las ventanas. Todo un símbolo anunciador de futuros símbolos poéticos. Hoy el joven poeta, que ya no es joven y, Gamoneda, que goza de la juventud del reconocimiento (su premio Cervantes), se reencuentran al calor del respeto mutuo.

Hoy, en este día primaveral, me parece que sus versos ya no resuenan con el desgarro de una música de Bartok, como en aquellos poemas de Sublevación inmóvil, su primer libro, editado por Adonais en 1960; libro que ahora llevo conmigo para que me lo dedique. En una maravillosa sincronicidad, el poeta me espera en su casa con el primero de mis libros, Poemas de la tierra y de la sangre, también para que yo se lo dedique. “Estamos huérfanos de dedicatorias primeras”, dice mientras nos sentamos, y él me tiende mi libro y yo le tiendo el suyo.

Restos del poeta “arraigado”

Antonio Colinas: Quisiera comenzar a la luz de dos recuerdos personales. El primero hace referencia a tu voz, que me llegó un día, a comienzos de los 60, a través de las ondas de una radio. Leías uno de tus poemas. Una poesía, aquélla, muy distinta de la que luego has hecho; una poesía que podríamos calificar como “arraigada”. ¿Qué queda de aquel poeta de entonces?
Antonio Gamoneda: Claro, primero años 60. Quizá yo no me había desprendido totalmente de la formación religiosa recibida por vía materna. Pesaban, al mismo tiempo, aunque yo no fuera parte de ellos, la voluntad de humanización y la actitud crítica de las gentes de la revista “Espadaña”. Tienes razón en lo que concierne al “arraigamiento”: yo tendía a encontrar mi voluntad y mi destino en una hondura terrestre, sentida como propia, que, en mi entonces, procuraba firmeza y realidad a mi pensamiento poético. Es una noción bastante elemental, pero era así. Curiosamente, esta “terrenalidad” no me libraba de la conciencia idealista, que era única y “oficial” en los años de mi adolescencia y primera juventud. De aquel poeta queda poco, aunque nunca se sabe…

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Posando para el escultor AMANCIO GONZÁLEZ ANDRÉS, en dos fotos de AMANDO CASADO

Antonio Gamoneda posando para el escultor Amancio González Andrés. © Fotografías de AMANDO CASADO

Antonio Gamoneda contempla el busto realizado por el escultor Amancio González Andrés. © Fotografía de AMANDO CASADO.

Antonio Gamoneda posando para el escultor Amancio González Andrés. © Fotografías de AMANDO CASADO

Antonio Gamoneda posando para el escultor Amancio González Andrés. © Fotografías de AMANDO CASADO

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