«Manuel Álvarez Ortega, ¿traductor? Estimaciones con Saint-John Perse al fondo». Así se titula el artículo que publica Antonio Gamoneda en la revista Ínsula (el nº 915, de marzo de 2023), un monográfico dedicado íntegramente al escritor, traductor y poeta de origen cordobés Manuel Álvarez Ortega (Córdoba, 1923 – Madrid, 2014).
Artículos de Gamoneda
«De poetas provincianos» (diario El Sol, 1991)

Tres de los poetas provincianos citados (Antonio Pereira, Antonio Gamoneda, Eugenio De Nora), fueron investidos como doctores Honoris Causa por la Universidad de León en el año 2000.
De poetas provincianos
Por ANTONIO GAMONEDA
(Artículo publicado en el diario El Sol, en enero de 1991)
El primer poeta provinciano que conocí, sin llegar a verlo con mirada capaz de crear memoria, fue mi padre. Aprendí a leer en un libro suyo cuando no había libros ni escuela: «Rosas pedí en invierno al huerto mío; / bajo la blanca nieve nada había. / Sólo encontré un rosal muerto de frío / bajo la nieve fría.»
El segundo fue Victoriano Crémer. Victoriano era —es— tierno y espinoso, tenía escoceduras carcelarias y andaba en cuestiones con Antonio González de Lama (hombre bueno además de presbítero miserablemente beneficiado y de escritor perezoso) y con Eugenio de Nora, marxista practicante, lector en Berna y probable niña de los ojos de Dámaso Alonso. Las cuestiones eran a causa del dibujo que habría de ponerse en la orla fúnebre de ‘Espadaña’, la revista beligerante y pobre que agonizaba en León.
El tercer poeta provinciano que conocí fui yo mismo.
El cuarto fueron Antonio Pereira y Gaspar Moisés Gómez. Antonio es el inventor del erotismo diocesano, además de viajero por el Nepal, narrador afiladísimo y benefactor de la colegiata de Villafranca del Bierzo. Moisés, que lleva más de cuarenta años «dándole a la caza alcance», transita de las blancuras eucarísticas a los considerandos; de éstos a las elegías aplicables al burro de Asurio y al propio Asurio, y, finalmente, a melancolías que tienen que ver con bragas debidamente legitimadas.
El quinto poeta provinciano es innumerable y, a causa de su juventud, altamente benéfico. Practica, según quien sea el individuo, la diplomacia, la notoriedad metropolitana en el ramo narrativo, la saxofonía ecléctica, el suicidio anunciado y otras dignísimas labores mercantiles o vocacionales.
Finalmente, el sexto y último poeta provinciano vuelvo a ser yo mismo.
Al segundo, tercero y cuarto nos convocaba el delegado Información y Turismo a los efectos de exaltar la primavera en el aula magna de la facultad de Veterinaria cada 21 de marzo de los años 40 y 50. No cobrábamos. Asistían las autoridades: civiles y militares.
También solíamos concurrir a juegos florales y no se nos daban mal. Hace unos treinta años, los pudientes empezaron a abstenerse. Yo me quedé a mitad de camino: escribía los poemas «alusivos» y un «negro» dotado de esmoquin y aceptable voz firmaba la plica. La gloria entera para él; el dinero, a medias. Otros, más pobres que yo, se tenían que joder y dar la cara.
Al hilo de estos naturales sucesos, algunos conspirábamos. Lo hacíamos con más miedo que gloria. Sin embargo, admitiendo que Franco se murió por sí mismo, yo creo que nuestro miedo hizo algo por España. Sin él, sin este miedo, quizá hubiera sido el Opus Dei quien nos hubiera metido en la OTAN.
Un buen día se me empezó a morir gente y comencé a sentir frío y una lucidez inútil. Ahora, gracias a Dios, vuelvo a disfrutar de una razonable confusión.
Sumando los olvidados, los emigrantes, los triunfadores, los suicidas, me he quedado casi sin poetas provincianos. Yo mismo empiezo ya a desaparecer. Ildefonso Rodríguez, que ni siquiera es cuarentón (lector poderoso y una autoridad en tangos), me viene a ver todos los viernes que no toca el saxofón en Vigo. Menos mal.
Gamoneda recuerda el retrato de Miguel Delibes que Álvaro Delgado expuso en la galería Maese Nicolás
¿Quién está con Delibes en su mejor retrato?
De mis encuentros con Miguel Delibes –no fueron muchos, pero sí amistosos y hasta memorables–, el recuerdo que guardo más vivo es el de una ocasión en la que Miguel no estaba. Me explicaré.
Eran años del último tercio del siglo pasado y exponía en una galería de León, en Maese Nicolás, concretamente, el sensible gran pintor que fue Álvaro Delgado. Repasando con él la muestra, me detuve con especial interés en un retrato de Miguel Delibes que, por así decirlo, presidía el conjunto.
Era un retrato espléndido; severo y luminoso, resuelto en buena parte con los sepias y amarillos tostados o verdecidos, muy evidentes entonces en la pintura de Álvaro. Delibes está sentado en un sillón cuya tapicería (espero que la memoria no me traicione) hace ver con generosidad estos colores.
No recuerdo mis comentarios ni las respuestas del pintor, que no son aquí imprescindibles. Sí lo es que declare el descubrimiento que hice y que el artista reveló en plenitud. Delibes tiene su mano izquierda apoyada en el lateral del sillón. ¿Apoyada? No exactamente. Avanzada sobre el lateral, retiene con firmeza, con suave firmeza… ¿Qué retiene su mano?
Yo pude adivinar una breve corporeidad insinuada pero no fui más allá. Fue Álvaro quien me lo dijo, sonriendo con un pliegue de discreta ternura: «Es la mano de Ángeles». Le apreté el brazo y no dijimos nada más. Lo que hubiéramos podido decir era inabarcable en una conversación convencional y, además, ya sabíamos qué era.
Miguel Delibes quiso retratarse asiendo, de manera que no llega a ser secreta, la mano de su compañera, desaparecida hacía años pero presente siempre en él y con él. El cuadro de Álvaro Delgado no es solo un retrato. Es también una historia y un testimonio. Un testimonio de silenciosa humanidad enamorada.
«Mi Riaño», por Antonio Gamoneda (2007)
En el año 2007, el poeta Antonio Gamoneda publicó este pequeño artículo que reproducimos aquí, titulado «Mi Riaño», en recuerdo del desaparecido pueblo leonés de Riaño, hoy conocido como el viejo Riaño, demolido completamente en julio de 1987 con motivo de la construcción del pantano de Riaño. El artículo apareció en el nº 19 de «Argutorio», la revista de la Asociación Cultural ‘Monte Irago’ (págs. 41-42):
«La desaparición de Riaño se originó en la perfectamente legalizada alianza entre una dictadura y una sociedad anónima»
Antonio Gamoneda

Revista ‘Argutorio’, nº 19, pág. 41.

Revista ‘Argutorio’, nº 19, pág. 42.
Gamoneda escribe en «Crónicas de la pandemia», revista ‘tintaLibre’ (#80)
«Lacrimal de César Vallejo», un texto de Antonio Gamoneda en la revista Tinta China (2018)
[Artículo publicado en la revista Tinta China, Año XVII • Número doble: 21 y 22 • Sevilla, Mayo de 2018 • ISSN 1886-2365]
Lacrimal de César Vallejo
Por ANTONIO GAMONEDA
Hace casi treinta años, hice mi viaje al país de César Vallejo. Nadie tema que le cuente itinerancias turísticas, sean rústicas o urbanas, que el país más cierto de César y mi viaje tuvieron poco que ver con la gran belleza nacional, terrestre y declamable, aun siendo ésta mucha y terrible. Yo viajé a la gran lágrima negra que colgó del corazón de César; a la antara y la quena que sollozan su nombre en Santiago de Chuco; a los ojos lacustres que aún guardan el rostro tallado en pómez, la sonrisa inmóvil de César Vallejo.
Vi el mar pacificado por el sufrimiento al borde de Trujillo, ante el barro labrado de Chan Chan; vi el cementerio donde debieran arder sus huesos y el cerco sangriento de las carreteras cisandinas. Vi la derrota en las calles de Lima, las herramientas podridas en las manos, las grietas habitadas por lamentos y las plazas donde la desesperación resplandece en ancianos de rostro asiático.
Vi el arqueólogo que recogía las sobras de pan para la cena vecinal; las frutas machacadas hasta empapar de dulzura el suelo gris de los mercados. Vi al muchacho gigantesco que, en la estación de Cuzco, le decía, sonriendo, a la noche: «Yo me quiero morir ahorita mismo».
Yo vi los ídolos abrasados, las camionetas de la policía y la lluvia en la Casa de la Emancipación. Vi que los asesinos y las madres invocaban a los mismos muertos y, entre los dientes mestizos del amor y la ira, las lenguas que llamaban a César.
Eso vi. Mi corazón cansado descendió al agua en que todos los nombres de la belleza se disuelven y no queda más que un silencio navegable. Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes, ciertamente, sobre la tumba luminosa de César; la tumba llena de vivos que no quieren vivir, que claman por su aguacero, por sus huesos humanos, por la coquita que calienta el corazón.
Este es el contenido del lacrimal de César Vallejo, el ofrecido a un dios que amó la cuerda proletaria. Este es el paisaje que yo transité; la tierra donde aprendí oraciones aptas para incrédulos. Viajé cargado con una maleta de pena; una maleta que se cerró ella sola el mismo día de la muerte de César, a la misma hora, hace cincuenta años; cierto día, cierta hora hace cincuenta años contados con dedos inciertos, antes y después de mi tercera canción peruana.
Esta canción es la que quiero dejar escrita aquí, que no lo ha sido si no es traducida al francés, y se da la circunstancia de que vuelvo a Perú, que allí estaré exactamente el día que se cumplen ochenta años de la muerte de César en París. La canción decía y dice:
Sábana negra en la misericordia: / tu lengua en un idioma harapiento. // Mi madre está en el corazón de César Vallejo. // Sábana negra en la sustancia enferma, / la que llora en tu boca y en la mía / y, atravesando dulcemente las llagas, / ata mis huesos a tus huesos humanos. / Sal de mi lengua, piensa en la nieve y en la ira, / éntrale a Dios con tu infección y tu estruendo. // Hay mucha soledad y perros blancos / ante mis ojos. Tú eres bello en la muerte / pero hierves en mí. Sal de mi lengua. / / Dame la mano para entrar en la nieve.
Ésta es mi cuenta y razón viajera y peruana. Y ésta mi letrilla poética para saludar al muerto inmortal que anda por ahí cumpliendo ya todos los años. Emocionado… Emocionado…
Gamoneda escribió en 2014 una “Carta muy abierta al alcalde de León”, sobre la reforma de la Plaza del Grano, que sigue siendo válida

La Plaza del Grano, en León. © Fotografía de Alejandro Sáenz de Miera.
[Reproducimos una carta de Antonio Gamoneda, publicada el 22 de enero de 2014 en Diario de León, en la que el poeta y Premio Cervantes 2006 reclamaba, como portavoz cultural, que se respetase la preciosa Plaza del Grano, en León, sin duda uno de los lugares más hermosos de España, sobre la que pende un proyecto de reforma cuya última versión se acometerá en breve.
En los primeros días de 2017, cuando de nuevo se anuncia que pronto empezarán las obras de reforma, Antonio Gamoneda es uno más de los muchos ciudadanos que han suscrito ya el Manifiesto «Salvemos La Plaza Del Grano», por lo que viene a cuento recordar esta «carta», escrita en su día, y que sigue siendo válida en su argumentación y en sus propuestas:]
“Carta muy abierta al alcalde de León”
Por ANTONIO GAMONEDA
Querido señor alcalde: considere incluido en este sencillo encabezamiento el respeto que como ciudadano leonés le debo y le tengo. Añado el ruego de que haga extensivo mi saludo a la Corporación de su presidencia, que, entiendo, todos sus componentes son copartícipes en las responsabilidades y tareas de procurar al común vecinal, dentro de lo posible y razonable, el bienestar cuya gestión se les ha confiado.
Pronto habrá intuido usted que el ‘muy’ que figura arriba, en las palabras titulares, ha de tener alguna connotación especial. Así es: esta carta no va a estar referida a un asunto menor o particular; el asunto, a mi juicio (a nuestro juicio, mejor dicho, que no le escribo sólo por iniciativa mía, sino estimulado por un no pequeño grupo de escritores y artistas plásticos), es un ‘asunto mayor’, relacionable con la sensibilidad y con la fibra sentimental de muchos, de un número, también mayor, representativo con suficiencia, de quienes en León convivimos.
«Estimado conservador», una columna de Gamoneda en El País Semanal (2016)
[Columna publicada en El País Semanal el 25 de septiembre de 2016]
Estimado conservador
Por ANTONIO GAMONEDA
AYER FUI a su diabólica juguetería, que algo tiene de tal su Museo. No estaba usted desempeñando. No se preocupe. Dispuse Inspección Ordinaria Preventiva.
Visité Máquinas Democráticas; comprobé su funcionamiento ecuánime. Reduzca, no obstante, futurorum prudentia, ciertos indicadores; Sacristanías del Poder Económico, por ejemplo. Considerando Iconos, entiendo excesivo que la Gallina Catalana tenga las uñas pintadas con los colores nacionales.
Visité Desiderata y Relojes Inmóviles. Exactísimos éstos en su hora perpetua (Neocapitalismo y Eternidad, tiene gracia). Entre los Desiderata, no aptas dos: Crisis Benéficas y Argumentos Genitales Antisistema. Ya hablaremos.
En Lunáticas, refiriéndome a Herramientas Inútiles, le aviso: aceite a las rojas (a las oxidadas, digo). En Estadísticas Especulares, hay que arreglar algunas; recorte Selectas Tasas de Paro (las Tasas, no el Paro, obviamente). Rectifique ya Escritores Jubilados; debe decir Jubilosos.
«Ángel González: un histórico»

La página de La Voz de Asturias con el artículo.
[Artículo publicado el 3 de febrero de 2008. Página 6 de la edición del periódico La Voz de Asturias en papel]
«ÁNGEL GONZÁLEZ: UN HISTÓRICO»
Gamoneda escribe en exclusiva para LA VOZ DE ASTURIAS sobre su relación con el poeta, la generación del 50, y responde «a quienes no nombraré nunca más» (Grandes y Sabina).
Por ANTONIO GAMONEDA
Todavía hay que contar por días el tiempo transcurrido entre el de hoy y el que fue día cerrado por la muerte en Ángel González, y ya es, sin embargo, momento para hablar de él dentro de una perspectiva, también cerrada, que no debe ser deformada por la cobardía ni la tristeza. Ángel prefería la verdad y la realidad.
Se dice de alguien –con más facilidad si ya no está vivo–, que es un histórico, cuando su obra (sea esta creativa, productiva o, también y por desgracia, destructiva) alcanza una dimensión y un valor, positivo o negativo, que coloca al autor en situación de referente necesario para definir un tramo temporal con marcas distintivas. Así, el descubrimiento de la fisión (Hahn y Strassmann, 1938) modifica (define y caracteriza), en profundidad, la política, la geopolítica y la tipología industrial y energética. Hasta ahora mismo. Todo sucede en un mismo tramo temporal, es decir, histórico.
Los lectores habrán de perdonarme este excurso que no es totalmente divagatorio: las obras humanas, vistas en simple cercanía, inducen a pensar que poco o nada puede haber de común entre ellas; una contemplación globalizadora, contrariamente, nos muestra que todas ellas se interpretan y que es su «invisible» comunicación y su interdependencia, lo que hace que la marcha de la humanidad sea una u otra, y que lo sea precisamente a causa de la actividad de los «históricos». Digo esto y pido perdón otra vez; podría haber resuelto mi comunicación diciendo simplemente: «Ángel González es un poeta histórico «.