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[Reseña publicada en el nº 10 (2014) de la revista de poesía «Paraíso», coeditada por la Diputación de Jaén y la Universidad de Jaén]
GAMONEDA, ANTONIO: CANCIÓN ERRÓNEA
Barcelona, Tusquets, 2012.
Por GUILLERMO FERNÁNDEZ ROJANO
Pocas ideas relevantes sobre la obra de Antonio Gamoneda pueden decirse ya, tras los estudios realizados a tanta profundidad por Miguel Casado en Edad (Madrid: Cátedra, 2006), por Juan M. Molina Damiani («Sombras en la nieve», Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, n. 206, Jaén: año LVIII, julio/diciembre 2012) y, sobre todo, la tesis doctoral de José Antonio Expósito Hernández (La obra poética de Antonio Gamoneda, Madrid: Universidad Autónoma, 2004), referencias necesarias para comprender la cosmogonía del poeta leonés, en cuyo último libro, Canción errónea, oímos el timbre de voz que tal vez quedó definitivamente afinado en Descripción de la mentira y Lápidas. Lo que no quiere decir que en su obra anterior no estuvieran los elementos y los temas primordiales contenidos en Canción errónea, expresamente enunciados por el propio autor al comienzo del libro. La letra inicial mayúscula parece concederle carácter de mito más que de tema, pues su poesía ha transformado la palabra en sustancia que se hace conciencia al ser pronunciada: «Luz, Otras luces, Límites, Imposibilidades, Insistencias, Contradicciones, Fiestas fúnebres, Causas ciegas, Extravíos, Causas lingüísticas, Indiferencia, Negaciones, Olvido, Ira, Agonía, Madera, Poemas con nombre, Pérdidas». Faltan Frío, Amarillo, Mirada, Extrañeza. La extrañeza de la mirada como valor supremo del acto poético, inevitable para colapsar o sacudir a quien ha decidido convertirse en cómplice. «Vivir es extrañeza», escribe dos veces en el segundo poema. René Char escribió: «Desarrollad vuestra / extrañeza legítima». Hemos observado con delectación cómo conceptos de naturaleza material han evolucionado hasta convertirse en símbolos. Solamente un ejemplo: «Madera». Desde Pasión de la mirada, donde la madera del nogal, como materia, es herida de misericordia por la luz, comienza su proceso de transformación de palabra a sustancia poética, de la representación al alma de la cosa: «Yo quiero oír la música sistólica o, no sé, ver algo, ver, por ejemplo, la última madera, su ausencia de temblor ante el abismo» símbolo de un momento, de un chasquido imperceptible ante la extinción. Como el mismo poeta introducía en la tercera parte de Sublevación inmóvil con palabras de Malraux: «Ir del signo a la cosa significada es profundizar en el mundo».
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