
Columna de José-Miguel Ullán publicada en el diario El País, el 29 de septiembre de 1995.
Columna de José-Miguel Ullán publicada en el diario El País, el 29 de septiembre de 1995.
Por JOSÉ LUIS PARDO
[Publicado el 1 de Diciembre de 2006 en El País]
«Cuando yo tenía catorce años, me hacían trabajar hasta muy tarde». Yo me imagino aún a Antonio Gamoneda trabajando hasta muy tarde. Rehaciendo constantemente sus poemas con la misma inseguridad y la misma obstinación que cuando entraba de madrugada en la oficina a los catorce años. Con una diferencia. «… Cuando me pongo / los pantalones, / me quito / la / libertad», decía entonces. Ahora, cuando se pone los pantalones de escribir no se quita la libertad sino que la gasta escribiendo. Y no sólo eso. No es sólo lo que sus versos tienen de trabajo, de versos trabajados una y otra vez, de fruto del esfuerzo interminable de quien pone cada día a prueba su libertad renunciando a ella. Es la propia naturaleza la que en sus versos trabaja sin descanso, la que no es jamás un simple objeto de contemplación sin ser al mismo tiempo sujeto de una acción inconsciente, involuntaria pero incesante, sin reposo ni domingo. No solamente los campos de sus versos son a menudo huertos y polígonos agrarios. No solamente el lino es algo más que lino para ser tocado o visto, pues en su tacto y en su vista se adivinan los nudos del trenzado, y en las trenzas las manos blancas que lo trabajaron. Es el esfuerzo que nos hace a todos y a todo lo demás, un trabajo anónimo que no se detiene ni cuando la industria para: las máquinas, entonces, lloran. De nada sirve fingir dormir: el sueño sigue trabajando bajo los párpados. De nada sirve dejar a la sangre circular por las venas, incluso vaciarse. En las venas siguen trabajando los cordeles, los cordones, las cuerdas. De nada sirve llorar, los insectos trabajan libando el llanto, haciendo círculos sobre las tazas inmóviles. De nada sirve cerrar los ojos, porque dentro de los ojos trabajan los caballos. De nada sirve dejar de llorar, porque los caballos que habitan dentro de los ojos han aprendido a llorar. De nada sirve ni siquiera dormir, porque hay uno que vigila, que permanece despierto en nosotros mientras dormimos. La vigilia de Gamoneda, su estar aún trabajando hasta tan tarde y atravesar las ortigas en busca de un árbol prometido que no es precisamente aquel del que se alimentan los mordaces, obedece al conocimiento de que hay cosas (y seguramente son las más importantes) que sólo se pueden ganar perdiéndolas, que en rigor no se pueden poseer si de verdad se aman –la lengua es una de ellas–, hay frutos que sólo pueden degustarse si se aprende a fracasar en el esfuerzo por apoderarse de ellos. Y cuando volvemos a casa con las manos vacías sólo nos queda lo que no hemos podido recoger: las huellas de unos labradores enviados a un país sin nombre, el silbido de los trenes que pasan por la tarde llevándose lejos a esos mismos hombres o a otros, el hormigueo de los caballos que lloran bajo los párpados y de los insectos que liban el llanto en las tazas vacías. Pero el poeta, aunque él no quiera saberlo, no sólo ha alcanzado el gran árbol prometido de dulcísimos frutos de la única y amarga manera en que puede alcanzarse, en los pedernales y en las sombras, sino que además ha conseguido alimentarnos con él a los demás.
El poeta Antonio Gamoneda respondió así cuando le preguntaron «¿para qué sirve la poesía?
Martín de la Torre sostiene el sonajero que su madre se llevó al paredón en septiembre de 1936. Foto: ÁLVARO GARCÍA / El País
Con motivo del aniversario de la que fue la primera exhumación realizada con técnicas científicas de una fosa común de personas asesinadas por la represión franquista, la editorial Alkibla publica Las voces de la tierra, un libro que recoge las fotografías realizadas por José Antonio Robés de 39 objetos recuperados en fosas comunes descritos por poetas como Antonio Gamoneda, actores como Juan Diego Botto o cantantes como Rozalén y Miguel Ríos, dentro de un proyecto vinculado con la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH).
Antonio Gamoneda, premio Cervantes, escribe un poema sobre un sonajero hallado en una fosa común: “Retiraron a Martín porque a su edad, nueve meses, podía ser algo pronto para fusilarle, aunque quién sabe…”.
Sonajero, aparecido en la fosa de la Carcavilla en Palencia, sobre el que ha escrito Gamoneda.
Un reportaje de Natalia Junquera en El País (6/12/2020):
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Entrevista con Antonio Gamoneda, sobre la edición de «La pobreza», segundo tomo de sus memorias / Videos El País / 8 Feb 2020
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Es ahora cuando se puede calibrar el riesgo y el acierto de la apuesta de una generación de escritores con pulsión biográfica
Un artículo de CARLOS PARDO en Babelia / El País (15-Feb-2020)
(…) Más allá del debate sobre la ausencia, por motivos religiosos, de una tradición autobiográfica española, debemos a la generación del medio siglo el esfuerzo más serio por inventarla: epistolarios, diarios, memorias. No son los inventores de una literatura del yo, pero desde mediados de los años setenta se suceden con periodicidad obras que ensanchan nuestra manera de leer: memorias de Carlos Barral, Alberto Oliart y Jaime Salinas. El prodigioso diario de Jaime Gil de Biedma, Pretérito imperfecto de Castilla del Pino, La novela de la memoria de José Manuel Caballero Bonald, el recientísimo La pobreza de Antonio Gamoneda…
No sólo están entre lo mejor de sus autores; quizá son la tradición más viva, por menos explorada, de la literatura española. Combinan una franqueza absoluta, sin exhibicionismo, con el análisis de un país en sus momentos de formación, la incipiente apertura de la cultura española de los años cincuenta, la extinción de la memoria popular durante el franquismo… No sólo son autobiografías, como decía Hermann Broch, sino “análisis de un problema que tiene mi edad”. (…)
El suplemento cultural Babelia (El País) publica este sábado 8 de febrero de 2020 una entrevista de Javier Rodríguez Marcos con Antonio Gamoneda, cuatro días antes de que llegue a las librerías ‘La pobreza’, su segundo tomo de memorias. Las fotos son de Carlos Rosillo.
El titular que ha merecido figurar bajo la foto del poeta en la primera página del diario, «Todo hambriento es un microeconomista», parece encontrar correlato en otra noticia, la de Philip Alston, relator de la ONU sobre extrema pobreza y derechos humanos, quien tras recorrer España durante 12 días ha llegado a la conclusión de que los niveles españoles de pobreza no se corresponden con el poder económico del país: «Los políticos españoles han fallado a los más débiles», afirma Alston.
Caricatura de Gamoneda, por Luis Grañena.
Una antología reúne 70 años de trabajo del poeta Antonio Gamoneda, crítico con la dictadura actual del consumismo
Por JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
Publicado en El País, el 24 de noviembre 2019
Antonio Gamoneda estuvo 15 años en huelga. No ha parado de trabajar un minuto desde que con 14 años entró en el Banco Mercantil de León como recadero y meritorio —él traduce “chico del botijo”—, pero durante tres lustros se mantuvo, en lo relacionado a la literatura, de brazos caídos. Cuando en 1966 terminó un poemario titulado Actos, la censura franquista lo devolvió al editor con dos frases demoledoras y un consejo. La frase: “Libro de versos muy malos. En ellos campa un sentido de resentimiento con toques de ateísmo”. El consejo: con un par de retoques podría publicarse. Gamoneda se negó. Era una forma de ser consecuente con la cita de Karl Marx que pensaba poner al frente de uno de los poemas: “La vergüenza es un sentimiento revolucionario”. El libro terminó publicándose como Blues castellano en 1982, con España ya de verbena y la poesía social convertida en una aguafiestas con la que nadie quería bailar….
La portada.
Por RUTH TOLEDANO
[Este artículo apareció en la edición impresa de El País, el viernes 10/09/1999]
Cuántas veces hemos temido hundirnos para siempre bajo este mar de asfalto e impostura, insignia de este buque encallado en la meseta que, con la proa mirando a Francia desde el decorado de astilleros de la Plaza de Castilla y con la popa al aire tantas veces tórrido que se condensa en Atocha como una letanía magrebí, muchas tardes parece contagiar a su pasaje de la extenuación del estatismo. Madrid se diría anclada por su prosaico peso de ediles almiranticios de dorado botón y de vulgares grumetes de rebelión tosca: «Puta», puede leerse en el pedestal de La Violetera, horrendo mascarón que jamás hubiera querido para sí Pablo Neruda y mucho menos para su Isla Negra. Hasta ahí, sin deriva, hasta esa roca bisilábica parecía llegar la dialéctica realidad de nuestro urbano naufragio. Afortunadamente, no. Pues hay en Madrid quienes intuyen que el mapa de nuestra deriva brilla al sol como una piel salpicada de gotas que contienen todas las imágenes que el pensamiento pueda hacer posibles y que se formula en versos como en olas dice sus frases el mar. Son los alegres náufragos, los que saben que nuestra mirada puede seguir leyendo las metáforas que escribe el horizonte infinito y que es, precisamente, el naufragio el más ancho trayecto, aquél donde encuentran los ojos el espacio más amplio. Por eso su alegría, la alegría contestataria y lúcida del pensamiento, de quien es la poesía la mejor compañera.
Mano a mano van pensamiento y poesía en la revista La alegría de los naufragios, cuyo primer número, que ha aparecido recientemente en Madrid y que publica Huerga y Fierro, es como un pequeño bote salvavidas que cuelga alegremente del oxidado casco de este buque encallado que es nuestra prosaica ciudad, la de la («Puta») Violetera que nada tiene que ver con esa «tradición de lo moderno» que «profundiza en un diálogo infinito con el presente y el futuro», como declara el editorial de su primer número. El editorial habla de infinito y también de tradición y futuro, pretendiendo mirar la realidad como debe mirarse: con la ancha perspectiva de un náufrago cuyo horizonte es amplio. Porque tradición, la mejor tradición, son ya los poetas José Ángel Valente o Antonio Gamoneda (capitanes de los de verdad, de los que nunca abandonan su barco). La tradición que queremos en Madrid, no la de toscos grumetes de la palabra. Si empiezan a hablar aquí Valente o Gamoneda, junto con tantos otros poetas que forman la alegre tripulación de este número, es que el futuro puede por fin estar a la vista. Que ellos hablen en Madrid me parece un acontecimiento de orden cívico, de intervención ciudadana, concepto muy poco practicado actualmente y que se confunde con una exasperante e inútil sarta de respuestas políticas de profesión a una exasperada e inútil sucesión de quejas y ruegos de corte vecinal. Los pensadores y los poetas, por su parte, lo que hacen es preguntas a la sociedad, para establecer así un diálogo necesario, para profundizar en una realidad que no acaba en la desesperante zanja, para hacer que también la ciudad piense y que se conozca y que pudiera contestarse. Hacen falta poetas en la ciudad. Digo poetas universales, no burdos bardos de barrio. Poetas de los que saben que el drama de la fealdad, de la incompetencia, de la especulación, del encallamiento, es sólo producto de una visión ramplona y vana de la superficie del mundo. Si los políticos municipales atendieran, si entendieran un discurso que va mucho más allá de la horrenda fuente, del absurdo túnel, del botón de ancla, quizá fuera posible que la ciudad se convirtiera en un espacio más culto, más subjetivo, más abierto, más proclive a dar credibilidad a las visones creadoras del pensamiento, ese que sabe, por ejemplo, que La Violetera, aparte del «Puta» que reza desde hace unos días la pintada de su pedestal, es «Regresora», «Horrible», «Ridícula». Pero, como dice José Ángel Valente: «La relación del escritor con la órbita del poder, de lo político, podría estar sujeta a un simple lema: Ubi nihil vales, ibi nihil voles. Lo que en lengua llana cabría trasladar así: Donde nada vales, nada quieras».
Yo saludo, con la alegría del náufrago, la aparición de este mar de palabras, simplemente porque añade visión a nuestro horizonte, porque lanza poemas no como si fueran un arma cargada de un futuro inmediato, sino como si fuera un armador que pudiera recomponer un buque hundido por el peso sin futuro de incomprensibles y idílicos ripios. Y a través de un conocimiento poético de la realidad podríamos, como también dice Valente, «modificar nuestros sistemas de percepción y expresión». Lo que se entiende por futuro.
Índice del nº 1 de la revista ‘La alegría de los naufragios’.
«El proceso»; Losada, Buenos Aires, 1946.
Por ANTONIO GAMONEDA
Fue en 1948 cuando leí mi primer Proceso. Lo sé con seguridad por indicadores que aquí no importan. Aún conservo el ejemplar, muy deslucido por las relecturas. Es la segunda edición (1946) de la Editorial Losada, de Buenos Aires, que me procuró el cajón clandestino y amistoso de un librero «de los de antes», de los de muy antes, Anastasio Jular, buen lector él mismo, furtivo distribuidor de libros prohibidos, que lo eran entonces prácticamente todos según una norma semilegislada que, con su carácter global, simplificaba seriamente la tarea de los encargados de nuestras conciencias.
Sesenta años hace y aún aquella primera lectura vuelve a veces a mí, sobreponiéndose a las posteriores. Yo creo que mi condición de lector aún bisoño me proporcionaba una poderosa inocencia en la que las percepciones sensibles (las representaciones mentales de las percepciones sensibles, quiero decir) se me deparaban despojadas de ficción, de manera que no se distinguían de las gravemente existenciales.
José K… se movía sin destino, en una constante semipenumbra, con una lentitud angustiosa. Angustiosa porque la lentitud llevaba consigo imposibles urgencias. El espacio también era incomprensible, y lo eran, a su vez, los ocasionales interlocutores y sus respuestas a la oscura ansiedad y las siempre improcedentes preguntas de José K…, reo ante una justicia desconocida en virtud de una culpa también desconocida que era absurdo intentar conocer. José K… era culpable bajo condiciones en las que conocimiento y explicaciones eran, obviamente, innecesarias. Era culpable. Nada más.
Si mi lectura hubiera sido más tardía, yo habría podido interpretar el caso K… y su atmósfera como una inmensa metáfora relativa a la existencia, y aliviado mi causa sonámbula en la advertencia de que aquello era literatura. Pero no. Yo viví la lectura de El proceso. Algo de aquella vivencia permanece en mí.
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Hoja suelta sobre Kafka.
[* Nota de E. Otero: Esta hoja apareció hace unos días, entre papeles de Antonio Gamoneda, con un encabezado dirigido a C. R., redactor de El País. El poeta, a mis preguntas, dijo no recordar la fecha o el año en que lo envió por fax al periódico, y si se publicó o no. No hemos hallado referencia a este texto en la hemeroteca digital del periódico. Parece un pequeño apoyo preparado para acompañar, como un pequeño suelto, o junto a textos de distintos autores, una reseña más grande a propósito de alguna edición relacionada con Franz Kafka (1883-1924), tal vez publicada en papel en el Babelia. El folio firmado por Gamoneda lleva el número 294, por lo que quizá fuera reciclado, o entresacado de un original más grande. El nº de fax es indicativo de que este texto se envió cuando el correo electrónico o no existía o su uso no estaba normalizado.]
Gamoneda en el patio de su casa.
La memoria y la obra del poeta Antonio Gamoneda, Premio Nacional de poesía en 1988, tienen sus claves profundas en un largo viaje a través de su ciudad, León. Éste es un recorrido por una ciudad y un poeta, guiados ambos por el silencio.
Por DASSO SALDÍVAR *
Publicado en El País, el 22 de agosto de 2000
El día en León es un asunto que se decanta claramente en el cielo. Puede amanecer con niebla o con nubes, pero hay una brocha invisible que trabaja sin descanso hasta que, hacia las tres o cuatro de la tarde, fija en el firmamento un azul perfecto y sedante. Es el momento en que todo, todo lo que cabe dentro del día, queda como transfigurado. Uno se pregunta entonces si es esa luz o es el tiempo aposentado, o las dos cosas a la vez, lo que le confiere una belleza diáfana y serena a la milenaria ciudad de León. En algunos de sus libros, Antonio Gamoneda ha venido dejando avisos para caminantes: Si de la suave mano de la noche / llegas a este lugar, oh caminante, cuida tu corazón. Yo te lo aviso / porque el aire peligra de belleza.
Habíamos llegado de la mano acaso más segura de la tarde, pero pronto nos dimos cuenta de que el peligro era mayor, pues el lugar donde más acecha la belleza y el silencio puede dejarlo a uno aturdido, es esa inmensidad sagrada de la catedral a las seis de la tarde, cuando el viajero se interna en un bosque gótico con sol propio que estalla en figuras multicolores. Luego, al anochecer, aquella euritmia de arbotantes, hastiales, botareles, ventanales, rosetones y pináculos se enciende por fuera en toda su plenitud, se eleva sobre la ciudad y se adueña de la noche.
Viéndola así, con su ingravidez y su palidez lunar, se hace evidente que la catedral es el gran espectáculo arquitectónico, estético y espiritual que llena el espacio de León y algo más: su ámbito sagrado y su sombra gótica bañan el espíritu de todos los leoneses.
Muy cerca, prácticamente a sus pies (en una prolongación de la Fundación Sierra-Pambley), vive Antonio Gamoneda, que se confiesa hechizado, y no sólo en sus versos, por el mejor gótico de España. Caminante inveterado de León, puede decirse que la memoria y la obra del poeta, y aun su misma sensibilidad, tienen sus claves profundas en un largo viaje a través de la ciudad. Un viaje que es multiforme en el tiempo y que le ha ido dejando estratificaciones diversas en su edad: Yo soy la senda y el anciano, soy la ciudad y el viento. (más…)
SALÓN DEL LIBRO
ANTONIO GAMONEDA participa en el Salón Internacional de Libro de la ciudad marroquí, con España como país invitado de honor y con el foco en los traductores
Por FEDERICO SIMÓN
Publicado en El País, el 14 FEB 2019
El pabellón de la Feria Internacional de Casablanca, un imponente edificio protegido levantado en 1949 en la capital económica y comercial de Marruecos, es un hervidero de personas durante estos días. La enorme nave con forma de bóveda, de 200 metros de largo por 90 de ancho y sin columnas que sustenten un techo lleno de lucernarios circulares, acoge hasta el domingo la 25ª edición del Salón Internacional de la Edición y del Libro (SIEL). Y si francés y árabe son tradicionalmente las lenguas más escuchadas del certamen, este año el español se siente con fuerza.
El poeta español Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931), premio Cervantes en 2006, participó el pasado martes a sus 87 años en uno de los actos programados en el pabellón español de la 25 edición del SIEL de Casablanca. Y allí, ante un público internacional, dio claves de su obra: “Yo tengo dicho en alguna línea de mi escritura que pongo toda la realidad y todos mis actos en el espejo de la muerte. ¿Qué significa esto? Que el poeta Antonio Gamoneda, cuando escribe, no olvida que está acercándose progresivamente a la muerte y que todas sus comunicaciones están también en esa misma perspectiva”, aseguró el escritor, que también explicó qué define para él el género que le mueve a escribir cada día: “La poesía tiene tres características: tiene un nacimiento rítmico, ya que el pensamiento poético surge en impulsos rítmicos; es un acto de creación, algo que no ha dicho nadie antes; y es un acto de revelación, comunica algo que se desconocía”.
El escritor, que camina pegado a su bastón y no renuncia al tabaco, fue muy contundente con sus ideas: “La lengua de la poesía no es exactamente la misma que la lengua de la comunicación normal, sea la conversación, o incluso la lengua escrita de la propia literatura, de la alta literatura. A veces me pongo excesivamente radical y digo que la poesía no es literatura; la literatura utiliza el lenguaje con el que nos comunicamos con una función estética, creando una obra de arte, pero la poesía no está nombrando el mundo exterior, sino que es una emanación de la propia vida”.
En un encuentro con el poeta marroquí Khalid Raissouni (Casablanca, 1965), traductor de la obra de Gamoneda al árabe, ambos leyeron poemas —cada uno en su idioma— del autor español, que además explicó algunas claves de su obra: “Cuando me preguntan cuáles son los temas de la poesía, yo digo: ‘mire usted, el tema de la poesía soy yo’”, explicó el autor de Descripción de la mentira, Blues castellano o Edad, galardonado este con el Premio Nacional de Poesía de 1988. Y explicó más: “El tema de la poesía soy yo mismo, como hombre que contempla toda la realidad posible, tangible o intangible, objetiva y subjetiva”. A su lado, Raissouni, que se ha propuesto traducir toda su obra, definió a Gamoneda como “un gran poeta de la otra orilla” al que “hay que leer muy despacio, para disfrutarlo porque ahí está la esencia de la palabra”. Cuando Raissouni terminó de leer en árabe uno de sus poemas, Gamoneda exclamó: “Estoy emocionado; las palabras, que yo no comprendo, tienen esa musculatura armoniosa que proporciona el ritmo”.
La presencia de Gamoneda en el Salón Internacional de Casablanca se debe a que esta edición tiene como país invitado de honor a España. Por este motivo, y bajo el lema El viaje de las lenguas, el Ministerio de Cultura y Deporte, a través de la Dirección General del Libro y el Fomento de la Lectura y de la sociedad estatal Acción Cultural Española, ha diseñado en colaboración con el Ministerio de Asuntos Exteriores, a través del Instituto Cervantes de Casablanca y de la Embajada de España en Marruecos, un programa de actividades que incluye la participación de alrededor de 40 autores españoles y marroquíes. (…)
La poeta gallega Luz Pozo Garza descubre la piedra con sus versos inéditos en el Xardín das Palabras que Falan. Foto: ÓSCAR CORRAL / El País.
Por SONIA VIZOSO/ Santiago de Compostela
Noticia publicada en El País el 15/5/2018
La primera vez que los ojos de Seamus Heaney se tropezaron con la plaza del Obradoiro de Santiago, en el conmovido rostro del poeta se dibujó una expresión que su viuda no volvió a ver en sus 52 años de vida en común. “Jamás olvidaré ese momento. Él amaba profundamente este lugar”, ha confesado bajo la lluvia Mary Heaney, también poeta, mientras inauguraba, a pocos metros de la Catedral compostelana, un santuario lírico que aspira a convertirse en una nueva meca del peregrinaje literario.
El genio del Premio Nobel irlandés y de las gallegas Rosalía de Castro y Luz Pozo Garza son los primeros en echar raíces en el bautizado como Xardín das Pedras que Falan (Jardín de las Piedras que Hablan). Tres piedras de granito con versos de estos tres autores grabados en su superficie han sido plantadas en el jardín trasero del palacio de Fonseca de la Universidad de Santiago, construido en el siglo XIX como botánico. A ellas se unirán progresivamente, formando una espiral, las losas de otros 40 escritores de diversos países e idiomas, que donarán creaciones inéditas con el compromiso de que no serán publicadas al menos en vida. El 4 de junio Antonio Gamoneda, Premio Cervantes de 2006, estará en Santiago para enclavar su legado en el santuario como representante de la poesía en lengua castellana.
[Gamoneda participará en esos días en Santiago en la Semana do Libro de Compostela (Selic). Ver más en: https://www.20minutos.es/noticia/3340057/0/versos-rosalia-seamus-heaney-luz-pozo-garza-xardin-das-pedras-que-falan-santiago-compostela/#xtor=AD-15&xts=467263]
José-Miguel Ullán, en 2008 en su estudio de Madrid. Foto: ÁLVARO GARCÍA.
Por JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
Publicado en El País, el 25 de mayo de 2009
«Un poeta que admirar. Un autor necesario para entender la historia de la poesía española en una de sus alas». Así definió ayer Antonio Gamoneda a José-Miguel Ullán, fallecido el sábado a los 64 años. El ala a la que se refiere el premio Cervantes de 2006 es la de la «ruptura» respecto a la tradición. Y respecto a sí mismo. «Sería difícil encontrar en España una obra tan marcada por la diversidad progresiva. O por la progresión diversificada. Ésa era la pauta de Ullán, y en ella alcanzó cotas muy altas», explicó Gamoneda, que recordó que había conocido al poeta salmantino cuando éste era «un mozalbete». «Su muerte me ha dejado tocado», dijo el autor de Arden las pérdidas.
También el poeta y crítico Miguel Casado, responsable del volumen Ondulaciones (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), que recogió el año pasado toda la poesía de Ullán, subrayó la «transversalidad» de un escritor que colaboró con pintores y músicos y que ejerció de periodista, editor y comisario de exposiciones. «Es una figura descomunal, única. No encuentro otra comparable», afirmó Casado, que ya en 1994 se había ocupado de la edición de la antología Ardicia para la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra, una colección de clásicos que, por su eco en la enseñanza universitaria, llevaba décadas funcionando como toque de consagración para los escritores vivos.
Dibujo de Juan Carlos Mestre para «Lapidario incompleto».
“Es la hora de un crepúsculo en día no señalado. La visión de las techumbres enrojecidas es inseparable del color tardío de la ciudad soñada. Mi vida se resuelve en la vida de la ciudad. Una herencia deslumbrada se entreteje con mis recuerdos; hay un poder comunal cuyos límites son bordes y fisuras de mis propios límites.
Crece la ciudad sobre los pastos invernales. Hacia los terraplenes del Torío, crece sobre las huellas del pastor. Los agrimensores alzan monedas cuyas leyendas fueron borradas por el óxido, tégulas abandonadas por las legiones de Galba, campanillas azules como las venas bajo una piel amada.
Desde las carbonerías, la pobreza asciende a los edificios aptos para la proclamación del suicidio y los arroyos retroceden como las víboras ante el incendio. Es la pasión de las inmobiliarias. Como un monte, la melancolía crece en los pastos invernales”.
(Antonio Gamoneda)
El lunes pasado Juan Carlos Mestre, poeta y artista, leyó en Madrid este poema de Antonio Gamoneda. Lo hizo durante la presentación en el Centro de Arte Moderno de Madrid de Lapidario incompleto, un libro con 31 poemas de Gamoneda y 10 dibujos de Mestre publicado por el propio Centro en edición de 100 ejemplares.
Una versión de ese poema puede leerse en la tercera parte de Lápidas, publicado por la editorial Trieste en 1987. Fiel a su afán de reescritura, Gamoneda no ha dejado de volver a la mínima ocasión sobre sus textos. No es extraño que terminara por decir a Claudio Pérez Míguez, lo contó él mismo el lunes, que dejase de mandarle pruebas para cerrar por fin el nuevo Lapidario. De lo contrario todavía estaría reescribiéndolo.
En un acto lleno de poetas –Francisca Aguirre, Guadalupe Grande, Javier Lostalé, Jordi Doce, Julio Mas, Marta Agudo…- y de lectores de poesía, Gamoneda dio con la palabra justa para zanjar el debate en torno a la relación entre imagen y texto. ¿Ilustración? No. “Lo que ha hecho Juan Carlos es una transfiguración”. Sus poemas, vino a decir, no son los mismos después de pasar por la mirada y las manos de Mestre. Manos y mirada, si hace falta decirlo, de poeta. Un poeta que recordó la importancia que tuvo para él la lectura de Sublevación inmóvil, de Antonio Gamoneda, al que llamó “maestro”. Por supuesto, el “maestro” estuvo en desacuerdo con semejante magisterio. Por si fuera verdad que las palabras se las lleva el viento, Gamoneda las corrige antes de que se las lleve.
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Nota:
Gamoneda publicó un texto titulado “Lapidario incompleto” en 1984, dentro del libro titulado “León, traza y memoria” (A. Machón editor), con ilustraciones de Félix de Cárdenas, en el que también publicaron sendos textos Luis Mateo Díez (“Albúm de esquinas”) y José María Merino (“La vuelta a casa”). No obstante, todo apunta a que Gamoneda ha reescrito y añadido cosas a aquel “Lapidario incompleto” en este nuevo libro que sale ahora a la luz.
La nueva edición (104 páginas) se presenta en carpeta y estuche realizados artesanalmente, la primera cubierta con papel estampado a mano y lomo entelado, y el segundo, entelado. Impreso en papel Fabriano de 160 g. La tirada es de 100 ejemplares numerados y firmados por Gamoneda y Mestre.
El precio: 175 €
Extracto de la entrevista de Felipe Sánchez con la joven novelista y poeta ecuatoriana Mónica Ojeda, publicada en El País el 27 de abril de 2018, donde la autora cuenta qué libros tiene sobre la mesilla de noche: «Ahora mismo uno de Antonio Gamoneda y otro de Blanca Varela», responde.
Portada.
Canción errónea
Antonio Gamoneda
Tusquets. Barcelona, 2012
160 páginas. 14 euros
Por ÁNGEL L. PRIETO DE PAULA
Reseña publicada en El País, el 3 de noviembre de 2012
Así como hay autores que se dan a conocer al calor de algún movimiento o grupo, otros, como Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931), alcanzan notoriedad a despecho de las ordenaciones canonizadoras colectivas. Esto no siempre es elección suya, sino que suele obedecer a circunstancias cuya explicación no tiene cabida en esta reseña, escrita a sílabas contadas. En este caso concreto, el poeta surgido en 1960, con Sublevación inmóvil, estaba aún por cocer y, tras largo tiempo sin publicar, su reconocimiento hubo de esperar hasta Descripción de la mentira (1977), un libro singular donde se alzaba una voz generadora de extrañas resonancias oraculares y magnéticas, de una enunciación profética, sin ironías ni cautelas emocionales de ningún tipo. Quince años después se iniciaría, como un tifón cuyos orígenes nadie hubiera previsto, el ciclo de la muerte: tres títulos extraordinarios sobre el acabamiento físico, que el poeta creyó vislumbrar en Libro del frío (1992) —a mi juicio el mejor de los suyos—, al que habrían de seguir Arden las pérdidas (2003) y, ahora, esta Canción errónea.
Tomado de «Fragmentos» / Poetas y filósofos, como Keats o Wittgenstein, aseguran que la esencia de su significado radica en lo no dicho, en esas melodías no escuchadas o que están entre líneas
Un artículo de FRANCISCO CALVO SERRALLER publicado en Babelia, El País, el 13-V-2016
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«(…) en determinado momento, [George Steiner] se interroga acerca de cómo escuchar el silencio, que fondea metafóricamente en el crucial y muy poco explorado “oído interno”: “Las propuestas no expresadas no son algo místico. Pensemos en los intervalos que existen en la música, en los espacios en blanco fundamentales para algunos de los poemas o pinturas más decisivos de la modernidad. Poetas y filósofos, como Keats o Wittgenstein, aseguran que la esencia de su significado radica en lo no dicho, en esas melodías no escuchadas o que están entre líneas”. En todo caso, esa “música callada” se asemeja a la imprescindible retracción creativa de quien pregunta por preguntar, de ese “pensamiento puro”, con el que la filósofa Hannah Arendt le gustaba definir el arte.
En el capítulo rimbombantemente titulado “Amistad, homicida del amor”, deja caer Steiner otra intuición fulgurante, tras contraponer, de forma radical, ambos efectos: “En el matrimonio, en vidas compartidas que surgen de un amor auténtico, el tiempo puede asentarse para transformarlo en maravillas de madurez y desprendimiento propios de la amistad, con su humor, su paciencia, su recíproca adhesión a la creatividad y la percepción”. ¿No será ciertamente en esa consumación del encuentro del otro como otro la esencia inexpresada de ese amor verdadero, del que solo se es consciente al final, precisamente cuando se ha vivido generosamente? Esta sabiduría preciosa la resumen, sobre todo, los poetas, como los españoles Juan de la Cruz: “Tened por todas las personas un amor igual y un igual olvido”, o Antonio Gamoneda: “Sé que el único canto, / el único digno de los cantos antiguos, / la única poesía, / es la que calla y aún ama este mundo, / esta soledad que enloquece y despoja”. El silencio, esa inarticulada nada musical, meros intervalos, fragmentarias inspiraciones. Un leve aliento, quizá revelador.»
* Referencia: George Steiner, Fragmentos (Ed. Siruela. Biblioteca de Ensayo. 2ª ed., 2016).
Tomado de «Poetas de los cincuenta, al día» / Aunque muchos han concluido su obra, algunos de los integrantes de la última gran generación de clásicos del siglo XX siguen publicando, reticentes a pasar al panteón literario
Un artículo de ÁNGEL L. PRIETO DE PAULA publicado en El País el 16-VIII-2016
Antonio Gamoneda, Niñez. Unos cuantos temas adquieren en la poesía de Gamoneda dureza y densidad de verbolitos: pobreza, madre, piedad, tribulación, infancia. Y aunque él distingue la literatura, que se refiere a la realidad, de la poesía, realidad ella misma, los textos de Niñez proceden tanto de libros poéticos, en verso o en prosa, como de Un armario lleno de sombra, las memorias de los primeros años. El relato anecdótico de unos textos es quintaesencia en otros, pero todos soportan una intensidad que duele y no cede nunca.
Niñez. Antonio Gamoneda. Edición de Amelia Gamoneda Calambur. Madrid, 2016. 128 páginas. 15 euros.
Portada de la antología «Niñez» (Calambur Ed.).
Caricatura de Antonio Gamoneda, por SCIAMMARELLA.
Por JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
Publicado en el diario El País / Sevilla / 7 MAR 2009
«He aprendido que los poemas se escriben en cualquier parte, en los trenes, en los aeropuertos, en los hoteles…». Lo dice Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) en un hotel, precisamente. En Sevilla. Ha pasado allí toda la semana, en un congreso titulado Factor humano en el que el premio Cervantes de 2006 dio una conferencia titulada El mundo del poeta. Todavía tardará en volver a León. El lunes estará en el Círculo de Bellas Artes de Madrid presentando Antonio Gamoneda. Escritura y alquimia, una coproducción hispano-argentina impulsada por el cineasta rioplatense Tristan Bauer –que en 1994 realizó un documental ya clásico sobre Julio Cortázar– y dirigida por Enrique Corti y César Rendueles.
El estreno del filme coincide además con la aparición de Extravío en la luz (Casariego), una edición de seis poemas inéditos con grabados de Juan Carlos Mestre, y con Iluminaciones. Antonio Gamoneda (RD Editores), un descarnado retrato del poeta y del León de la Guerra Civil firmado por el novelista Andrés Sorel.
La película se rodó en 2007 en los escenarios cotidianos de Gamoneda, sobre todo en su casa, pero también en los bosques por los que solía pasear antes de que un accidente –lo atropelló una furgoneta– le dejara «las tabas maltrechas». «Un día, en el rodaje, pasé dos horas con los pies en la nieve», recuerda el autor de Libro del frío, que considera que sale «demasiado» en su propio documental. «Otro fuimos a la casa en la que viví de niño, en el Crucero, el barrio obrero de León».
Esa casa es, además, fundamental en Un armario lleno de sombra, unas memorias de infancia «nada gloriosas» que Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores publicará esta misma primavera. En un balcón del número 4 de la carretera de Zamora pasó Antonio Gamoneda sus primeros años en León: «No se me olvida el sabor del hierro oxidado. Al morir mi padre, mi madre aguantó poco en Asturias. Era asmática y los médicos le dijeron que se fuera. El clima la estaba matando. Yo tenía tres años cuando nos instalamos en la casa de mi madrina, mujer de un ferroviario».
Todavía hoy Gamoneda es capaz de calcularle a su interlocutor la mejor combinación para viajar en tren. «En aquella casa los trenes eran los reguladores del tiempo. ‘Ya viene el correo de Galicia. Ahí pasa otro’, decíamos. Me impresionaba cómo se perdían en la chopera, la desaparición». Con la Guerra Civil –»de la que tengo recuerdos más precisos que de cosas de hace 15 días»–, los trenes empezaron a llegar cargados de republicanos camino de la cárcel instalada en el hostal de San Marcos. Para evitar que los presos pasaran por la zona noble de la ciudad, detenían los trenes antes de llegar a la estación y los conducían bajo el balcón de Gamoneda.
«Aquel barrio», apunta, «fue de los que más represión sufrió. Se oían los gritos de las mujeres a las cuatro de la mañana. Frente a mi casa había una viuda loca que se paseaba desnuda y gritando por la noche».
De izquierda a derecha: Hugo Mujica, Antonio Gamoneda y Marco antonio Campos. © Fotografía: JAIME VILLANUEVA / El País.
Por JORGE MORLA
Publicado en el diario El País, el 20 de octubre de 2017
Tres cuerpos caminan por un salón antiguo y poco iluminado. Tres poetas. No hace frío ni calor: Marco Antonio Campos (Ciudad de México, 1949) no se quita su cazadora blanca. Hugo Mujica (Avellaneda, 1942), sacerdote además de poeta (quizá dos formas de encarar el mismo misterio) que vivió de los 19 a los 30 en la convulsa y artística Nueva York de los 60 junto a Allen Ginsberg antes de retirarse a un monasterio trapense y pasar siete años en silencio, se mueve con los brazos a la espalda.
Sentado, agarrado al bastón, espera Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931). El Premio Cervantes 2006 mantiene a sus 86 años una actividad literaria constante. Como muestra un botón: este agosto se desplazó a las montañas al norte de su León (casi) natal, a dar un recital en el minúsculo pueblo de Viñayo. El pueblo tiene 25 habitantes y al recital fueron 50 personas. Convengamos en que la poesía llega a lugares insospechados.
Gamoneda viste camisa y americana y Mujica, la cabeza afeitada, lleva una camiseta granate y una sencilla sudadera. Frente a ellos tres copas con agua que no tocan. A su alrededor, uno de los imponentes salones de Casa de América, donde los tres (español, mexicano y argentino) charlan de poesía, actualidad y futuro en el marco del Festival Internacional de Literatura Madrid 2017, que terminó ayer y donde doce poetas hispanoamericanos recitaron sus versos.
Pregunta. La convocatoria de este evento habla de poetas hispanoamericanos en Madrid. ¿Qué entienden por esta palabra, Hispanoamérica? ¿Existe Hispanoamérica?
Marco Antonio Campos. Yo prefiero llamarlo Latinoamérica. Y me siento profundamente latinoamericano.
Hugo Mujica. Yo no me siento tan latinoamericano, quizá por mis años en Estados Unidos. Pero lo que me interesa de lo latinoamericano con respecto a España es que nosotros nos conocemos más triangulados por España que entre nosotros.
Antonio Gamoneda. En el orden de la lengua, de la intercomunicación, sí, existe Hispanoamérica. Pero ese no debería ser su nombre, pues existe a pesar de España. De la obra descubridora de España, que no es para aplaudir mucho.
P. ¿Sienten que esta unión se fomenta más desde la cultura que desde la política?
M.A.C. Uno tiene una relación de amor y rechazo con España. Por ejemplo me preocupa y apasiona la situación de la independencia catalana. Los catalanes están cometiendo un gran error. Uno quiere una sola España, y desde Latinoamérica hay un diálogo con lo mejor de España.
A.G. Querido Marco Antonio, con independencia de los impulsos nacionalistas, al final se hará lo que mande el dinero. Si lo conveniente es la no secesión, no habrá, tranquilo (ambos ríen).
H.M. Más allá de este hecho puntual, lo que tiene la cultura es una continuidad. Lo que tiene la política es, precisamente, vivir en conflicto y contraste. La política ahora es la administración de la economía, no podemos esperar que la economía aglutine. La debilidad de la Unión Europea fue crear una moneda común, y no un pensamiento común. La cultura tiene que ver con la vida, la política, con el funcionamiento.
Los escritores Antonio Gamoneda y Elena Medel. Fotografía: LUIS MAGÁN / El País.
[Reproducimos el artículo publicado el 20 de agosto de 2007 en la última página del diario EL PAIS, en la sección estival ‘CONSAGRADOS Y NOVATOS’]
Por J. RODRÍGUEZ MARCOS (EL PAIS, 20/08/2007)
«Libro de versos muy malos. En ellos campa un sentido de resentimiento con toques de ateísmo». Antonio Gamoneda y Elena Medel leen el informe que la censura redactó en noviembre de 1968 a propósito de ‘Blues castellano’, el poemario más comprometido del escritor leonés. En esa fecha, la poeta cordobesa, de 22 años, ni había nacido, pero hace unos meses fue ella la que escribió un epílogo para ese libro cuya condena por parte de la «sección de ordenación editorial» contemplan ahora los dos. Lo hacen en la exposición dedicada a Gamoneda que acoge en León la Casa de Botines, diseñada por Gaudí. Es la tercera vez que se ven. La primera fue en la Residencia de Estudiantes, donde Elena Medel tiene una beca: «Un día bajaba a desayunar en pijama y allí estaba él. Subí corriendo a ponerme unos vaqueros».
La muestra es una especie de biografía en tres dimensiones. Está ‘Otra más alta vida’, el libro con el que Gamoneda aprendió a leer, y que había escrito su propio padre. También están su primer poema, las medallas y honores, las cartas y los libros dedicados por los amigos: Tàpies, Chillida o Herberto Helder, «el poeta europeo vivo que más me interesa», apostilla él. Además, cuadros de su colección acompañados de poemas manuscritos con su espinosa letra. «¿Que si he pintado alguna vez? Nunca he sabido pintar ni el humo de un tren».
La casa de Gamoneda no está lejos, pero hay dos paradas antes de llegar. La primera, en una bodega para tomar un vino. La segunda, en el bar Miserias para comer. «Yo estoy a régimen», aclara el poeta mientras saca una batería de pastillas y da cuenta de un plato de verdura sin quitar ojo a las morcillas que ha pedido el resto de la mesa. Hace cuatro años lo atropelló una furgoneta. Resultado: 15 días de hospital y un perpetuo problema de espalda que sólo se mitiga perdiendo peso.
Antonio Gamoneda posa en 2012. Fotografía: SAMUEL SÁNCHEZ / El País.
Por FRANCISCO CALVO SERRALLER
Publicado en el diario El País, el 14 de febrero de 2017
En su recientemente publicado libro de poemas con el título La prisión transparente (Vaso Roto), Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) se entrega a esa extrema sabiduría invernal del no saber, un ascético ejercicio de despojamiento de todo lo circunstancial y aleatorio, quizás en busca del puro hueso de lo existencial. En este sentido, la prisión transparente es una especie de cárcel del espíritu que se retrae y recoge. La concisa fórmula elegida por este poeta como letanía verbal es un “no sé”, pero que se repite gráficamente en forma vertical, aunque, no pocas veces, en diagonal, lo que produce un efecto visual escalonado, siempre quedando en el aire lo que cada peldaño tiene de ascenso y descenso. Me parece muy importante la incertidumbre de esta conjugación interlineal tan sucinta por lo que tiene de escansión rítmica, que anima esta reflexión extrema sobre lo despojado, y por lo que este intervalo genera de distanciamiento entre la negación y la sapiencia, produciendo de esta manera un mutuo desequilibrio entre ambos términos. Se enclava esta “negación de la negación”, a mi modo de entender, en la médula histórica de la mejor poesía española, entre Juan de la Cruz y Quevedo, ambos ardientes prisioneros de sí mismos en pos de liberadora humillación, que es el retorno a la tierra, lo original del origen.
Gonzalo Rojas.
[Este articulo apareció en la edición impresa de El País del martes 26 de abril de 2011:]
ADIÓS AL AUTOR DE ‘METAMORFOSIS DE LO MISMO’
Por ANTONIO GAMONEDA
Me entero a las dos de la tarde de que ha muerto Gonzalo Rojas. Es una negra noticia la que se me da en este lunes primaveral y húmedo. La muerte no es solo penosa; sucede y a mí se me hace incomprensible que suceda; quizá porque es también incomprensible ese otro accidente que consiste en vivir: ir de la inexistencia a la inexistencia. Un viaje que, finalmente, muestra su escaso sentido: no nos lleva a ninguna parte.
No nos lleva a ninguna parte y está poblado por sufrimientos y horrores, bien lo sabemos, pero, hay que reconocerlo, simultáneamente, es proveedor de causas que nos ayudan a permanecer en la extrañeza y el sufrimiento: el amor, la amistad, la intensidad que nos procura la belleza terrestre, la que advertimos en la figura y el talante de algunos vivientes y la que se nos muestra en las creaciones estéticas. De las tres causas sabía mucho Gonzalo y las tres estaban –están– presentes en su poesía, extensa y continuamente pronunciada en su afirmación.
Lo primero que se me ha ocurrido (más que ocurrencia ha sido un movimiento impensado y compulsivo) es escuchar un disco con la voz de Gonzalo; se corresponde con una lectura que hizo en la Residencia de Estudiantes, en mayo de 1996: «Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho, lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces…», «… Cuando lo apostamos todo y lo perdemos venimos llegando. / Al amar, al engendrar venimos llegando, al morir escalera abajo venimos llegando». «¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida / o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, que se halla, qué / es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes…?».
Ilustración de Heber Longás para el artículo de El País.
[Este artículo sobre el tratamiento dado al «Manifiesto del castellano» por parte del diario El Mundo apareció publicado en la edición impresa de El País del lunes 30 de junio de 2008]
TRIBUNA / La cuarta página: ANTONIO GAMONEDA
Por ANTONIO GAMONEDA
Excepción en mis costumbres. Hoy, día canicular, quiero asomar mi opinión —y las modulaciones que puedan haberse producido en ella— al balconaje, también de la opinión, pero pública. Me gustaría que este asomo (cursiva para la polisemia) fuese breve, pero no, no voy a conseguirlo, ya que se dará acompañado de numerosos entrecomillados que llevarán en cercanía alguna admiración o extrañeza.
El Mundo, siendo el 26 de junio, dedica el 50% de su primera página al inicio de un artículo cuya negrita titular en cuerpo respetable dice: «Grandes nombres de la cultura se suman al Manifiesto (sic para la eme mayúscula) del castellano», y, encima de los titulares, va un mosaico de cabezas, cuatro con cuatro, que, visto de izquierda a derecha, otorga el primer lugar a la mía, aun siendo (y esto es referencia al texto que sigue) más «insignes» las cabezas que suceden a la que a mí me concierne. Bien puede tratarse de un sinmotivo, de un casual, pero no sé, no sé…
Comienza la letra normal citando el Manifiesto y diciendo: «A los escritores y académicos que impulsaron la iniciativa junto a Fernando Savater, se sumaron ayer insignes (cursiva mía) nombres como el del poeta Antonio Gamoneda…». Siguen otros, más claramente insignes, como digo.
Antonio Gamoneda en su lugar de trabajo, en la galería de su casa. © Fotografía: Peio García.
[Un artículo de Marifé Moreno, publicado en Babelia (El País) el 27/11/2011]
El poeta Antonio Gamoneda, desde su casa en León,
sigue necesitando el olor de la tinta para ponerse a escribir
Por MARIFÉ MORENO
Se podría pensar que un hombre tan premiado por su escritura, leído y halagado por una sociedad global de la que no cree que sea demasiado buena para la «literatura», pudiera tener un despacho de abogado de prestigio, al menos grande y amplio, donde extender a sus anchas los apuntes luego convertidos en obras de arte de la literatura castellana. Nada más alejado de la realidad. El casi octogenario Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) se refugia para escribir donde lo ha hecho desde hace 26 años, en un pequeño rincón de la galería de su casa de León que mira a Poniente, dando la espalda a la imponente catedral. En apenas dos metros cuadrados guarda toda una vida de trabajo y recuerdos, numerosos manuscritos, dos retratos de sus padres jóvenes; un lienzo de Esteban de la Foz, un paisaje de Alejandro Vargas y un pequeño «lujo» de Lucio Muñoz. Más de 4.000 volúmenes, «perfectamente desordenados» en la biblioteca, y en un poyete, a modo de símbolo, una granada seca de la casa de García Lorca, en Valderrubio.
La exposición, que podrá verse hasta el 10 de julio, está estructurada en torno a dos secciones: La Descripción de la mentira –título de un libro de poemas de Antonio Gamoneda– y Colapsos.
Un reportaje de MARGOT MOLINA publicado en EL PAIS.ES (Sevilla,
El escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo.
[Artículo publicado en el diario EL PAÍS / Opinión 23-04-2007]
Por GUSTAVO MARTÍN GARZO
Conocí a Antonio Gamoneda a mediados de los años ochenta. Entonces, un grupo de amigos habíamos puesto en marcha un pequeño proyecto editorial y queríamos reeditar Descripción de la mentira, uno de sus títulos míticos. En ese tiempo, Antonio Gamoneda, a pesar de su temprana dedicación a la poesía, sólo había publicado tres libros: Sublevación inmóvil (1960), Blues Castellano (1965) y Descripción de la mentira (1977). Los tres eran prácticamente inencontrables y pasaban de mano en mano en fotocopias que hacían sus lectores. Aún recuerdo la impresión que me causó la lectura de Descripción de la mentira, tanto por la belleza y la fuerza de sus palabras e imágenes como por su tono de encendida ira ante la injusticia. Aquel libro me reveló algo que luego el tiempo, y los nuevos libros de Gamoneda, no han hecho sino ratificar: que su obra es una de las más hondas, perturbadoras y hermosas de la poesía escrita en nuestra lengua durante la segunda mitad del siglo que acaba de terminar.
Antonio Gamoneda. Fotografía: El País.
Por JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
(Entrevista publicada en El País, el 31 de octubre de 2012)
Premiar a un escritor es a veces una manera de impedirle escribir. Sobre todo si el premio es tan grande como el Cervantes, que en 2006 lanzó a Antonio Gamoneda —leonés nacido en Oviedo en 1931— a una vorágine de reconocimientos que parecía no terminar nunca. Tuvo, eso sí, tiempo de darle hace tres años el último vistazo al primer tomo de sus memorias —Un armario lleno de sombra (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores)— y de publicar, con grabados del poeta y pintor Juan Carlos Mestre, Extravío en la luz (Editorial Casariego), un adelanto del libro que acaba de publicar, Canción errónea (Tusquets), su primer poemario en ocho años y el primero después del galardón que estuvo a punto de sacarlo de la circulación. “Estaba hartísimo de viajar, cansado”, cuenta el poeta con la maleta al lado. Esta vez está en Madrid para participar en un acto de la Biblioteca Nacional junto a Mario Vargas Llosa y asistir después al patronato del Instituto Cervantes. A la espera de cambiar de hotel, recuerda: “Empecé a darme cuenta de que no trabajaba. Tenía algún apunte poco menos que inservible. En esas estaba cuando me invitaron a Pekín y al Tíbet. Consulté la altitud: imposible. Fue la ocasión de cortar. Y mira, apareció este libro, tengo prácticamente terminado otro más breve también con dibujos de Juan Carlos Mestre —Las venas comunales, se llama— y 100 folios que me convencen muy poco de la segunda entrega de las memorias”.
PREGUNTA. ¿Por qué no le convencen?
RESPUESTA. La musa, esa indecente, viene para mí más bien en la reescritura. La segunda parte de las memorias es muy complicada porque recoge desde el día siguiente a mis 14 años, cuando empecé a trabajar como recadero en el Banco Mercantil, hasta el día anterior a mi casamiento. Del año 1945 en adelante. Eran los tiempos de las clandestinidades y no quiero mentir, pero sé que hay verdades que a algunas familias les harían mucho daño. Con ese libro tengo un problema de conciencia que no sé cómo ventilar. Tiene que decírmelo la propia escritura: “Por aquí” o “déjalo”.