
Por LUIS ARTIGUE
[Artículo publicado en El Taquígrafo, el 9 de enero de 2023)
La noche, como las calles estrechas, promueve el amor y la delincuencia en la misma medida.
De modo semejante, el frío (ahora que estoy en León “en una casa que estuvo dedicada a la labranza y a la muerte” y celebrando familiarmente, familiarmente pero sin mi madre ya muerta, la Navidad, o celebrando lo que en la Navidad hay de sagrado, de la magia de lo repetido, y, por decirlo con T. S. Elliot, de la importancia que para la civilización tienen las formas), he de decir que, en invierno, el universal frío de León es un atávico generador de poesía.
Y lo es no sólo porque el frío constituye una eterna invitación al recogimiento, y al intimismo, y al reconocimiento tácito de que “bajo las águilas silenciosas la inmensidad carece de significado”. También porque tal frío promueve la adicción a los abrazos y al orujo en la misma medida…
“He llegado, por fin; éste no es mi lugar pero he llegado”.
Y sí, el frío de León ahuyenta a los exhibicionistas como bien nos enseña el recién reeditado Libro del frío de Antonio Gamoneda (Ed. Galaxia Gutenberg).
De hecho aquí soy hoy “el vigilante de la nieve” por eso; porque el universal frío de León hace de nuestra piel corteza de roble; este frío duro y vivificante que convierte a los niños en hombres y a las heridas en cicatrices, el cual me hace confesar que –por decirlo con el título de otro hermoso poemario de Julio Llamazares– son “memoria de la nieve” mis raíces, mi infancia y toda mi adolescencia. Y por eso, ahora, en Navidad, hace un frío que pela porque se te echa mucho de menos, vieja, y necesito mucho por tanto la poesía para que te regrese (gracias, oh Antonio Gamoneda, capitán, mi capitán)…
¡Cuando la nieve empezó a cuajar tú apareciste!
Gracias a este lírico frío reconozco que, como por influencia eterna del Libro del frío de Antonio Gamoneda (en la reedición de la editorial Galaxia Gutemberg el libro es el mismo de otras veces, no está rescrito ni retocado tal y como este autor acostumbra en cada redición de su obra, sí, es el mismo de otras navidades, pero no te pierdas el iluminador prólogo del estudioso Tomás Sánchez Santiago), a veces el mundo interior y el mundo exterior se reúnen dentro de mí y se hacen poesía: todo para celebrar con gratitud eterna la ausencia latente de mi madre en esta casa y esta calle en la que “una vecina lava la ropa fúnebre, y sus brazos son blancos entre la noche y el agua”.
Y es que la poesía (me refiero a la poesía vivísima que, como la ideología, llena las calles de violencia y conciencia) tiene como uno de sus principios precisamente ése: un ser humano perdido en los misterios de su cuerpo es el poeta; un ser humano a la intemperie haciendo frente al frío de la existencia al propiciar con su escritura la reunión de las conciencias y el no menos decisivo encuentro de los cuerpos “y su gemido entre los restos de la música”…
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