Publicado en el digital IDEAL
Edición Granada / Viernes, 22 octubre 2021
Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931), Premio Cervantes, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Premio Nacional de Poesía y un largo etcétera de galardones, ha cumplido en estos días el anhelo de reencontrarse con García Lorca en su casa, en el marco del Festival Internacional de Poesía, y además, ha ofrecido varias lecturas de sus obras.
– ¿Cómo entró la poesía en su vida?
–Como la respiración, como algo inevitable. Tras el inicio de la guerra incivil, yo tenía cinco años, ya trasladados a León, decidí que quería aprender a leer. Y el único libro que había en casa, el único también que escribió mi padre, poeta modernista tardío. Ese fue mi primera acercamiento a los versos.
– ¿Y cómo encontró la inspiración para escribir en aquella ciudad vacía?
–Siempre he creído que la inspiración ha de venir trabajando. Con unos 14 años fue cuando mis intentos de escribir un poema cristalizaron. Apartir de ahí fui construyendo mi camino, y ya con 16 o 17 años empecé a adquirir responsabilidades ante mí mismo como poeta.
– ¿Cómo establece su ‘juego’ con el lenguaje poético?
–Quizá, en vez de juego, lo llamaría uso. El juego se da, quizá, en las reglas que la propia poesía comporta, con un lenguaje y un diccionario propios, y la tensión que lleva consigo el acto creativo. Esperar la palabra justa también forma parte de ese juego.
– ¿Para comprender el mundo hay que cumplir años, o cuantos más años se cumplen, menos se comprende?
–Creo que si la capacidad cognitiva no se deteriora, la experiencia acumulada con los años ayuda mucho a comprender lo que ocurre, por más que algunos sucesos causen perplejidad. El tiempo facilita una perspectiva distinta sobre los hechos humanos, sociales, ideológicos… Y esa perspectiva permite juicios más informados y más equilibrados.
– ¿Cómo es el hilo invisible que le une a Granada y a Lorca?
–García Lorca es, en términos de contemporaneidad, mi padre expresivo. Es un autor inimitable, que revela muy a las claras el limitado talento de quien intenta emularle. Muy pocos autores son capaces de proporcionar como él una emoción estética, creando un espacio intelectual apasionado. En mi visita a la casa natal de Fuentevaqueros entré como quien sufre una atracción magnética no solo por el personaje, sino por sus espacios. Y me emocionó profundamente ver algunas de las piezas allí conservadas.