Jorge Pedrero

«El arte en los tiempos del sobre», por Noemí G. Sabugal (2013)

El arte en los tiempos del sobre

Gamoneda pide una economía basada «en su realidad, no en su irrealidad» en la apertura en el Auditorio de una exposición del fotógrafo Robés inspirada en su poesía

Por NOEMÍ G. SABUGAL
Artículo publicado en Diario de León, en febrero 2013

La utilidad del arte y la utilidad de la prima de riesgo. Hum. El frío de unos versos y el frío de la cola del paro. Ejem. De todo esto y más se habló ayer durante la inauguración en el Auditorio de León de la exposición El vigilante de la nieve, una muestra de once fotografías en blanco y negro del fotógrafo villafranquino José Antonio Robés basada en el poema del mismo título del poeta y premio Cervantes Antonio Gamoneda.

«Se trata de configurar una economía basada en su realidad, no en su irrealidad. El dinero y sus desequilibrios internos son los que determinan la crisis», afirmó Gamoneda. Fue tras la consabida pregunta sobre la crisis y los últimos escándalos políticos, que el concejal de Cultura del Ayuntamiento de León, Juan Pablo García Valadés, tuvo que repetirle porque, ironizó el poeta, «si como poeta soy mediano como sordo soy perfecto». «Los sobres y eso», reseñó Valadés.

Gamoneda lamentó que esta crisis económica, en la que estamos «dolorosamente sumergidos» será superada pero supondrá, no sólo en España sino en el mundo, «una enorme transformación histórica del sistema económico». «No es creíble que exista una crisis económica cuando sobre la superficie de la tierra existe la misma riqueza potencial que en los años que no eran de crisis», añadió Gamoneda.

Robés también habló del momento en que nace esta exposición y afirmó que lo hace «en pleno azote de una tormenta de crisis, desahucios, medias verdades, enteras mentiras, sobres, colas del paro, prima de riesgo, eres y un frío helador». El mismo frío que recogen sus fotografías, que Gamoneda significó que establecen un diálogo creativo con sus versos y que muestran, encima de la nieve que todo lo cubre, «una gran soledad». «Vamos a habitar esta hermosa soledad que nos propone Robés», animó Gamoneda.

El fotógrafo villafranquino subrayó que el principio de este proyecto surgió en los 80, cuando empezó a trabajar la temática de la nieve y después se fue aproximando a los poemas de Gamoneda.

Estas fotografías formaron parte de una tirada limitada que se regaló a los Reyes en su última visita a la provincia, pero es la primera vez que se exponen. La muestra estará abierta al público hasta el próximo 8 de marzo.

Jorge Pedrero.

El poema El vigilante de la nieve, cuyos versos acompañan a las imágenes de Robés, tiene su origen en una anécdota con un amigo de Gamoneda [Jorge Pedrero, «obrero del vidrio, pintor y suicida»] que vivía al lado de la carretera de Alfageme y al que, en un día especialmente frío, el poeta le preguntó qué hacía allí fuera. «¿No te das cuenta de que estoy cuidando de la nieve?», le dijo.

Esa actitud vigilante es la misma que debe tener el artista, afirmó Robés. «Todos los que tenemos el oficio de mirar tenemos un compromiso, el compromiso de ser vigilantes. Definitivamente hay que vigilar para poder decir basta ya». Y además expuso la pregunta de para qué sirve el arte, «¿Y la utilidad del arte? La respuesta está clara: el arte no sirve para ganarse la vida, sirve para ganarse el alma». Sí, y tal vez para tener un poco menos de frío.

Fotografía de José Antonio Robés para «El vigilante de la nieve» de Antonio Gamoneda.

«El rastro borroso del vigilante», por David Santamarta

Ilustración: Lucas Santamarta.

El rastro borroso del vigilante

Por DAVID SANTAMARTA

Oficio de mirar, un dietario póstumo de Pereira, sirvió como disculpa para el encuentro. Me presenté en la casa una tarde de noviembre. El poeta estaba en la planta de arriba, en su cuarto de escritura. Me recibió en pijama de caballero, enfundado en una bata. La calefacción zumbaba. Pla dejó dicho que es en otoño cuando se hace la vida de invierno; al despuntar los ajos y florecer los almendros el aire se llena ya de primavera.

Hablamos de Pereira. Le cuento que en el libro le menciona varias veces. Uno de los pasajes, reincidente, da cuenta de una jornada compartida y deja ver cierta complicidad. Compartían cuitas. El otro le tiene llamado al filo de la madrugada y la cita, a esas horas, era en la cafetería del hotel Conde Luna, a lo mejor por una coma o por la conveniencia de un gerundio. Exageraciones.

Peco de indiscreto y pregunto a bocajarro por Jorge Pedrero, el vigilante de la nieve. Una escueta reseña junto a una fotografía en el tríptico de una exposición que conmemoraba al Cervantes era entonces todo lo que sabía de aquel hombre que parecía haber guiado al joven poeta. Recibí una respuesta parca y cejuda. Angelines intervino con naturalidad para desvelar una muerte temprana y escogida.

A continuación hablamos algo de los jóvenes. Su nieta se aplica en la universidad. Pesaroso, le digo que uno de mis hijos ha dejado los estudios que concienzudamente había elegido un par de meses antes. El poeta alzó entonces los dos brazos con entusiasmo:

—¡Que duude …, que duude!

Angelines, curiosa, pregunta a botepronto si se duerme bien la noche antes de operar. Es cierto que a veces, antes de una cirugía, el sueño es quebradizo y la noche avanza lenta, zozobrando. Querrá saber, pienso, qué puede haber de específico en un oficio familiarizado con el límite entre la vida y la muerte, queriendo resolver. La desengaño; es una ocupación tan mercenaria como otra cualquiera. El médico no sirve donde hace falta, sino donde más le conviene. Al cabo nos despedimos. Al bajar la escalera me detuve brevemente en un par de óleos de Pedrero.

Encontré de nuevo al pintor, esta vez en un libro, bajo el epígrafe “la labor no consumada”. Aparecía la misma fotografía del tríptico y a todo color los cuadros que había visto en la casa del poeta. El texto de aquel libro citaba la reseña publicada en una revista institucional cuando finalizaba el año 1969, y con él, una década de prodigios. Además de informar sobre el fallecimiento del pintor, denunciaba el olvido a que había sido sometido. Casi a vuelta de página, como un incómodo vecino, llegaba la glosa de la vida provincial. El jefe del estado había visitado la provincia para inaugurar un mirador que llevaba su nombre en el puerto de Panderrueda, en el paraje de Piedrashitas, con formidables vistas al macizo central de Picos de Europa. El Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento don …, ofreció el Mirador a Su Excelencia que contestó con estas breves frases… El rastro del pintor, siempre borroso, apareció de nuevo en las páginas de La pobreza.

«Un armario lleno de sombra», de Antonio Gamoneda, por Eduardo Moga (2009)

Portada de «Un armario lleno de sombra».

Un armario lleno de sombra,
de Antonio Gamoneda

Por EDUARDO MOGA
(Reseña publicada en la revista Letras Libres, el 31 de julio de 2009)

Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) ha cultivado poco la prosa: sólo Libro de los venenos (1995), una enjundiosa y polifónica recreación de un antiguo tratado farmacológico, y El cuerpo de los símbolos (1997), un conjunto de escuetas pero clarividentes reflexiones sobre poetas y pintores. Un armario lleno de sombra es, en rigor, su primer proyecto narrativo, aunque sea ajeno a la ficción, como reconoce el propio Gamoneda, y lo invada, a menudo, el pensamiento poético. Se trata de una autobiografía de la infancia, que comprende desde los primeros recuerdos hasta que cumple catorce años, ese periodo auroral en que se acumulan los acontecimientos raigales y se define la personalidad. Aunque Un armario lleno de sombra es un relato –así lo define su autor en varias ocasiones–, sus conexiones con la poesía de Gamoneda son evidentes. De entrada, contiene sucesos que han inspirado poemas en muchos de sus libros, y sobre todo en Lápidas (1986), cuya tercera sección es una autobiografía lírica. Los barrios, oficios y personajes que recorren este poemario asoman ahora despojados de su sustancia lírica y expuestos con la austeridad informativa de quien contempla y transcribe. En Lápidas dice Gamoneda: “Se iluminan pómulos, lágrimas negras de ferroviarios”; y en Un armario lleno de sombra: “Sobre su rostro, vi lágrimas negras; lágrimas de ferroviarios”. También menudean las remisiones explícitas a lo escrito en sus libros de poesía: al describir a las viejas vendedoras de la plaza del Grano, de León, Gamoneda señala: “Entrada la tarde (así lo digo de ellas en Lápidas), ‘recobraban el fardo inútil para regresar, madres del miércoles, al país desolado de los censos’”; un poco más adelante, identifica a alguien llamado Jorge Pedrero como “el vigilante de la nieve”, es decir, quien da título y sostén a la segunda sección de Libro del frío (1992). Me parece advertir en este constante y deliberado hermanamiento entre su relato y su poesía la voluntad de ejemplificar lo que ha expuesto en El cuerpo de los símbolos a cuenta de la condición de poeta irracional que, perezosa o despectivamente, le han endilgado algunos. Gamoneda sostiene que el presunto hermetismo de sus poemas se corresponde estrictamente con lo real: “La realidad es simbólica y yo soy un poeta realista, porque los símbolos están verdadera y físicamente en mi vida. […] Cuando digo: ‘esta casa estuvo dedicada a la labranza y la muerte’, hay aparición de símbolos, sí, pero sucede, además que esta casa estuvo realmente dedicada a la labranza y la muerte”. Los símbolos en la poesía de Gamoneda son disémicos, tal como los ha definido Carlos Bousoño en Teoría de la expresión poética: “Aquéllos en los que, además del sentido irracional, oculto para la mente [hay] otro sentido, éste lógico: el manifestado, de un modo directo o indirecto, por su literalidad”.

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«Después de veinte años». Un poema del libro ‘Blues castellano’

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Después de veinte años

Cuando yo tenía catorce años,
me hacían trabajar hasta muy tarde.
Cuando llegaba a casa, me cogía
la cabeza mi madre entre sus manos.

Yo era un muchacho que amaba el sol y la tierra
y los gritos de mis camaradas en el soto
y las hogueras en la noche
y todas las cosas que dan salud y amistad
y hacen crecer el corazón.

A las cinco del día, en el invierno,
mi madre iba hasta el borde de mi cama
y me llamaba por mi nombre
y acariciaba mi rostro hasta despertarme.

Yo salía a la calle y aún no amanecía
y mis ojos parecían endurecerse con el frío.

Esto no es justo, aunque era hermoso
ir por las calles y escuchar mis pasos
y sentir la noche de los que dormían
y comprenderlos como a un solo ser,
como si descansaran de la misma existencia,
todos en el mismo sueño.

Entraba en el trabajo.
La oficina
olía mal y daba pena.
Luego,
llegaban las mujeres.
Se ponían
a fregar en silencio.

Veinte años.
He sido
escarnecido y olvidado.
Ya no comprendo la noche
ni el canto de los muchachos sobre las praderas.
Y, sin embargo, sé
que algo más grande y más real que yo
hay en mí, va en mis huesos:

Tierra incansable,
firma
la paz que sabes.
Danos
nuestra existencia a
nosotros
mismos.

ANTONIO GAMONEDA
(Del libro «Blues castellano»)

Un cuadro de Jorge Pedrero.

Un cuadro de Jorge Pedrero.

La exposición ‘Visión del frío’ (2007)

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Con motivo de la concesión a Antonio Gamoneda del Premio Cervantes 2006, el Museo Luis González Robles, situado en el Rectorado de la Universidad de Alcalá de Henares, dedicó una exposición al poeta, titulada ‘Visión del frío’, que se pudo visitar entre el 23 de abril y el 25 de mayo de 2007. Posteriormente, la exposición viajó a la Casa de Botines, en León, donde se pudo contemplar entre el 19 de julio y el 31 de agosto de 2007.

(Texto del folleto editado para la exposición en León):

«VISIÓN DEL FRÍO»

Por ELOÍSA OTERO
(Comisaria de la exposición «Visión del frío»)

La exposición Visión del frío reúne y pone en situación de diálogo 37 poemas manuscritos de Antonio Gamoneda con 41 obras plásticas (pintura, grabado, escultura, cerámica…) de 20 relevantes artistas —Alejandro Vargas, Juan Carlos Mestre, Alejandro Mieres, Amancio González, Albert Agulló, Juan Barjola, Elías G. Benavides, Bernardo Sanjurjo, Jesús Martínez Labrador, Jorge Pedrero, Juan Martínez, José Hernández, Arcadio Blasco, Orlando Pelayo, Esteban de la Foz, Antoni Tàpies, Faik Husein, Eduardo Chillida, Lucio Muñoz y Jean-Louis Fauthoux—.

“Todos estos cuadros forman parte de mi vida˝, dice Antonio Gamoneda, un poeta cuya relación con las artes plásticas, durante años, ha sido estrecha y fundamental.

Cada una de las 41 obras que se pueden contemplar en la exposición Visión del frío encuentra un lugar en la poesía y en la trayectoria vital de Antonio Gamoneda.

La mayoría de estas piezas han sido descolgadas de las paredes de su casa, en León, y todas tienen su historia singular, que nace de un nudo personal e intelectual entre el poeta y cada uno de los artistas, de vínculos afectivos y creativos que hunden sus raíces en una manera de entender el arte y de afrontar el mundo que les ha tocado vivir.

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«Cuando los pintores se enfrentan al poeta» (Seis retratos de GAMONEDA)

(Reproducimos un artículo, con texto y fotos del periodista MARCELINO CUEVAS, publicado en el suplemento ‘El Filandón’ de Diario de León, en junio de 2007:)

«Cuando los pintores se enfrentan al poeta»

Retrato de Gamoneda realizado por su amigo Jorge Pedrero.

Retrato de Gamoneda realizado por su amigo Jorge Pedrero.

El reloj de la Catedral desgranaba con parsimonia las campanadas de las diez, mientras el sol aparecía tímidamente y una voz de aluminio nos decía que sí, que Gamoneda, don Antonio, esperaba nuestra visita. Empujamos la puerta y pasamos al pequeño jardín donde, recostadas en el tronco del viejo árbol que preside con autoridad el recoleto espacio, descansaban las musas del poeta, desnudas, indolentes y ajenas a la fina escarcha que volaba desde los tejados rojos. Parecían cansadas, quizá pasaron la noche acarreando palabras, inspirando versos, derramando en frenética danza sus dones sobre el poeta.

Empujamos la puerta siguiente, también está abierta, y entramos en el santuario. A la derecha un pequeño salón, a la izquierda una escalera. Apoyados en un mueble, al frente, una serie de retratos del poeta. Gamoneda recordó nuestra cita y lo tiene todo preparado. Se trata de fotografiar los retratos que le han hecho sus amigos los pintores. El silencio lo rompe el poeta que baja pausadamente por la escalera.

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