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Mirad, es bello y es verdad.
Sobre la poesía de Antonio Gamoneda
Por ÁLVARO VALVERDE
(Artículo publicado en el nº 136 de la revista Turia)
A la vista de la ingente y hasta apabullante bibliografía sobre la obra poética de Antonio Gamoneda, al ponerme a escribir este texto sobre su poesía, consciente de mis limitaciones, he optado por trasladar al hipotético lector un relato lo más directo y cercano a lo leído y, en consecuencia, ajeno al discurso académico que tanto gusta a sus exégetas. Una lectura, en suma, y sólo eso; a sabiendas de que no soy filólogo y, como dice nuestro autor, “todas las lecturas son subjetivas” y “la realidad de una escritura se decide en la comprensión y el juicio de quien la lee”.
Sí he tenido en cuenta sus dos libros de memorias, Un armario lleno de sombra y La pobreza, porque “mi vida y mi escritura […] son el mismo asunto” y “La poesía no se parece a la vida o tiene que ver con la vida, sino que es la vida”, así como sus propias palabras, algunas de las muchas que ha dedicado a reflexionar, no sin estupor, sobre lo escrito, ya sea en sus libros (la primera parte de La pobreza se titula justamente “La escritura”), en artículos o en las numerosas entrevistas que ha concedido, de las que sólo conozco una mínima parte.
Como la mayoría de los lectores de mi generación, descubrí el mundo poético de Gamoneda gracias a Edad (1987), la edición realizada por Miguel Casado para Cátedra donde reunía poemas escritos entre 1947 y 1986. Con ese libro, Gamoneda pasó de ser un perfecto desconocido, o casi, a conseguir el favor de los lectores y de la crítica. Al año siguiente obtuvo el Premio Nacional, inequívoco anticipo de los numerosos e importantes galardones que han venido después, incluido el Cervantes.
Aunque Gamoneda es un enemigo declarado del orteguiano método generacional, no por eso podemos soslayar lo anómalo de su caso. De entre las promociones poéticas del siglo XX establecidas por la crítica, cabe que didácticamente, el Grupo del 50, el de “los niños de la guerra”, al que pertenece cronológicamente, era y es uno de los más consolidados en términos de nomenclatura. Cuando vio la luz Edad, insisto, su nombre no estaba en la nómina nuclear o canónica, una lista que no estaría completa si faltara. Es verdad que si por algo se caracteriza su voz es por su absoluta singularidad. Ajena a cualquier marco teórico grupal, no sujeta a características compartidas o compatibles, sólo suena, y no es tópico, a ella misma. Ha sido forjada desde la fidelidad a unos pocos maestros: Lorca, Rimbaud, Mallarmé, Hikmet, Perse, Vallejo, Char, Trakl… Creadores de realidad, diría él, como Juan de Yepes. Y a influencias como los veterotestamentarios, la tragedia griega, el jazz, los espirituales negros, el surrealismo…
Escrita en “radical soledad y en resistencia”, Tomás Sánchez Santiago dixit, ha tenido imitadores, pero no discípulos. Estamos ante una voz grave y propia, en sentido estricto, que es inseparable de un mundo único: el suyo. En una entrevista publicada en Ínsula aseguró: “Ya he dicho muchas veces que toda, absolutamente toda mi poesía es autobiográfica”. Por eso es necesario recurrir, ya se indicó, a los mencionados tomos de memorias donde ha escrito, diría él, su infancia y su juventud. Entre otras cosas porque los considera parte de su poesía, aunque sea en prosa.
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