‘Cosa de corteza’ por TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

Gamoneda con Tomás Sánchez Santiago, en el XV Congreso de la Fundación Caballero Bonald celebrado en Jerez, en octubre de 2013.

Gamoneda con Tomás Sánchez Santiago, en el XV Congreso de la Fundación Caballero Bonald celebrado en Jerez, en octubre de 2013.

Reproducimos un artículo publicado en LA CRÓNICA DE LEON-EL MUNDO, el 1 de noviembre de 2006:

«COSA DE CORTEZA»

Por TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

Es muy posible que ayer tarde, cuando Antonio Gamoneda se adentrase entre las sombras de un palacio, no fuera solo. Habría con él en el trance la sombra dulce de una madre con manos de olor a lejía y a maldita sumisión, un suicida que vigiló la nieve y todavía silbotea su canción, caballos sangrientos con las patas arañando el aire y, en fin, un coro de compañías atormentadas en las que todavía él cree, seres que se le aparecieron en la niñez y hasta hoy no han soltado de la mano a aquel niño huérfano que creció en León, se escondió en sus calles, fue echado de colegios y empleos, calló durante quinientas semanas antes de mojar la lengua en la espesa salsa de palabras que cayeron como trallazos sobre la poesía complacida de su época y, por fin, se sentó a esperar bajo el frío a que todo lo envolviera una disipación. “Este no es mi lugar, pero he llegado”. Seguramente este verso de Libro del frío pasaría ayer como una brocha lánguida por la cabeza de este hombre, uno de los poetas que aún acepta que la poesía es revelación y destino antes que otra cosa, y por lo tanto nada parecido a un ejercicio de suntuosidad literaria. Menos aún un lenguaje hecho para la complicidad.

Y, sin embargo, llegaron los honores. El estruendo social que se producirá en estos días habrá de confundir a quien sacó su espléndida poesía chorreando desde pozos subterráneos que apenas nadie visitó durante los años del franquismo. La solidaridad, la justicia, la ira, la desesperación o la belleza eran conceptos a los que Antonio Gamoneda puso espesor y contorno en un lenguaje que distaba mucho de cualquier complacencia. Como decía en un temprano poema que luego tituló “Ferrocarril de Matallana”: “con el tren se aleja / algo que es cierto aunque no puede ser pensado; / es algo mío y no me pertenece. / Está dentro y fuera de mi corazón”. Esa sensación de estar en las afueras, de no pertenecer del todo a aquello que se le impone ha tenido que regresar a visitarlo desde ayer con otra contundencia más cercana aún a la perplejidad.

Pero cuando todo acabe y el orden secante caiga de nuevo sobre las cosas del mundo –también del mundo literario–, Antonio Gamoneda regresará a poner su vida “en heridas y sombras” y pensará entre insectos ciegos que todo fue un espejismo. Pólvora equivocada. Cosa de corteza que no afectó a las últimas sustancias de donde manó siempre su poesía, allá donde aún él oye conversaciones y ruidos luminosos que hacen una madre, un suicida y algunos animales atormentados.

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