Gamoneda en la revista gallega ‘Luzes’: «Desconfío definitivamente del poder»

Entrevista a Gamoneda en la revista gallega Luzes.

Entrevista a Gamoneda en la revista gallega Luzes.

Reproducimos, en castellano, una entrevista con el poeta astur-leonés Antonio Gamoneda, publicada en gallego en el nº 11 (octubre de 2014) de Luzes —la revista mensual que dirigen los periodistas y escritores Manuel Rivas y Xosé Manuel Pereiro—. La entrevista se publicó originalmente en papel, con tres fotografías de José Ramón Vega, aunque después la han subido a la página web.

Por ELOÍSA OTERO

Nos recibe una tarde calurosa de verano en la galería de su casa, donde escribe en su portátil, rodeado de libros. Su colección de fósiles ha crecido desde la última vez que estuvimos aquí. La habitación está en penumbra, muy fresquita. Vega pide abrir las ventanas, para hacer las fotos con luz natural, y Gamoneda protesta un poco, no soporta el calor, pero saca su peine del bolsillo de la camisa y se atusa el pelo. Todavía no ha tenido tiempo de afeitarse. Sonríe: “Llevo todo el día trabajando, desde las ocho y media de la mañana…”. Tiene entre manos varias conferencias que deberá pronunciar en México, a finales de agosto, y anda dándole vueltas a unos poemas nuevos, y al prólogo para el libro de un poeta amigo… A sus 83 años este poeta “outsider”, premio Cervantes 2006, siente que no le llega el tiempo para todo lo que tiene hacer, como reescribir el segundo volumen de sus memorias, revisar un libro inédito con ilustraciones de Juan Carlos Mestre, Las venas comunales, o ese largo poema en marcha, titulado “La prisión transparente”, que está preparando para un libro de arte con Masafumi Yamamoto

—¿Cuál sería, a su juicio, su mejor libro?

—Puede no ser mi mejor libro, pero yo propondría Descripción de la mentira. Después de más de 15 años sin publicar y sin apenas escribir, “se me apareció” el primer versículo. El resto se derivó de él por mera, y también impensada, lógica sensible (el fluir rítmico de la palabra), de manera semejante a como se produce la sucesión melódica o rítmica de una composición musical. Se editó en 1977. Sin reflexión previa alguna, apareció en él, dice la crítica, el germen de toda mi poesía posterior.

—¿Imaginó entonces el recorrido que iba a tener este poemario?

—Yo pienso que el recorrido no ha sido otro sino el que va de una total incomprensión a una cierta comprensión que tardó sus años en producirse. Una cosa: no creo que haya otro recorrido. Este libro, hace 20 años —y puede que ahora mismo— se leía mejor que en 1977… por lo que fuese. Cuando se publicó, fue ignorado de una manera total.

—¿A qué lo atribuye?

—Estábamos en la llamada Transición, y este libro, lo que dice también es: No era esto, no era esto lo que estábamos esperando, buscando, y por lo que nos hemos movido de alguna manera.

—¿Y qué era lo que esperaban?

—Esperábamos que la desaparición del dictador iba a suponer una transformación de la vida española. La ha supuesto únicamente en aspectos formales, pero incluso esos aspectos formales —con todas estas legislaciones que están apareciendo ahora mismo en relación con las manifestaciones [la denominada “ley mordaza”]— están siendo también hasta cierto punto devastados. Era una ingenuidad, pero necesariamente teníamos que tener una esperanza que, ciertamente, no era muy razonable, pero la teníamos. Sin embargo, lo que advertimos inmediatamente es que a la misma situación se le ponía otra máscara. Y esa es la circunstancia. Incluso el populismo del dictador y sus compinches, en algunas cosas, hasta era más “amable” que algunas de las actuales medidas y estrategias “democráticas”. Naturalmente no digo que los tiempos sean peores. No son totalmente peores, porque hay —cada vez menos, insisto— un pequeño disfraz de la realidad, que consiste en proporcionarle la careta democrática, la careta sonriente, a la misma dureza, a las mismas “libertades” —dicen ellos— económicas, claro. Están pensando fundamentalmente en la libertad económica, es decir, en la libertad de explotación, en la libertad de apropiarse de valores reales, creados por los trabajadores. En ese sentido, las cosas no han cambiado nada. Y, bueno, aquí incluyo a todos los partidos políticos. Unos han sido más simpáticos, incluso ha habido periodos de poder, de socialismo, en los que se ha manifestado inclinación a poner algunos remedios en marcha. Obviamente esas intenciones han sido causa de fracaso también. En cuanto empezaron a tener coste económico, se han hecho desaparecer, como la ley de Dependencia… en fin…

—¿Qué le parece la aparición y ascenso de Podemos en el contexto político actual?

—No tengo un conocimiento suficiente de la perspectiva “política” de Podemos. Con toda la inclinación que pueda tener en orden a posibilidades, más bien necesidades, de que la riqueza tenga un contenido social serio, y que sea respetada esta necesidad de modo prioritario…. Pero no tengo suficiente conocimiento de si esa es la inclinación de Podemos. Pienso que sí, pero hay un peligro —que resultaría natural en cierto modo, pero indeseable también—, y es que Podemos se preocupe prioritariamente de tener una representación política fuerte, de convertirse en una llave en relación con los poderes políticos, o en una alternativa política. Ocurre que entonces la pelea es estrictamente política, llena quizá de buenos deseos, pero “política”. Todo indica hasta ahora que lo que trata de adquirir Podemos es una situación fuerte en términos parlamentarios. Eso para mí no tiene interés.

—¿Por qué?

—Porque creo que lo que está necesariamente pendiente es, sí, una revolución. Pero no una revolución clásica, sangrienta, etc., que suele terminar en que la revolución triunfa, los revolucionarios se convierten en poder y terminan funcionando como todas las demás fuerzas del poder. No. Yo pienso que lo que hay que hacer es una revolución exclusivamente económica. Y esto consiste en crear una economía alternativa, poniendo en esta creación mucho más interés que en la participación en términos de fortaleza en una vida parlamentaria, y, al fin y al cabo, exclusivamente política.

—¿Y cómo sería esa revolución económica?

—Pues habría que empezar por una culturización, por un cambio profundo de las costumbres económicas. Esto significa la abolición del consumismo, aprender a vivir en la que yo llamo “cultura de la pobreza”, minimizar lo que es un falso valor —pero que es el que ahora manda y tiene realmente el poder—, es decir, minimizar la importancia del dinero, y practicar una economía primaria, de intercambio de servicios, de productos…

—¿No le parece una utopía?

—Sí. Pero también me parece una utopía cualquier otro camino que se quiera orientar en ese sentido. Y hay que estar en el camino de la utopía, hay que avanzar dentro y a lo largo del camino de la utopía para llegar… no a ese final utópico, pero sí para llegar a algún sitio. En cualquier caso, yo pienso que la acción verdaderamente revolucionaria es intrínseca, necesaria y prioritariamente económica: hay que cambiar los hábitos económicos de todo, porque eso es lo que puede socavar realmente los cimientos, los fundamentos, los soportes de los neocapitalismos. Por ejemplo, si cada una de las personas que viven en residencias extramuros de cualquier ciudad, en lugar de ir a trabajar en su coche, pues fueran cuatro en un mismo coche, habrían creado una división por cuatro de un gasto que además recae sobre hechos tan fundamentales para las formas capitalistas como son el consumo de petróleo y de vehículos. Es necesario prescindir de todo aquello que no es necesario en términos subsistenciales.

—Ya, pero lo que está sucediendo ahora es que muchísima gente se ha quedado sin trabajo, no hay dinero para consumir, hay quien apenas consigue subsistir…

—El capitalismo está empezando a darse cuenta de que tiene grandes dificultades por delante y de que su ciclo histórico se puede estar terminando. Yo pienso que en no demasiado tiempo va a ofrecer trabajo, pero a mitad de precio. Es decir: la gran operación mundial consiste en el abaratamiento del trabajo. Entonces… no, no van a crear un paro universal, no, porque a bajo precio van a adquirir la posibilidad de permanecer o de prolongar su poder. Y hablo del poder económico fundamentalmente, porque los políticos… Sea cual sea su tendencia, los políticos no son nada más que los sacristanes del poder económico, de la misma manera que lo que hoy se dice y se entiende por democracia, una democracia interpretada y falsificada, es una máscara, es la máscara sonriente del capitalismo.

—En cualquier caso muchas personas ya se están viendo abocadas, por la fuerza de las circunstancias, a practicar esa “cultura de la pobreza”.

—O eso, o ya no será la pobreza, sino la miseria, con una relación de esclavitud disfrazada de semisueldos, como sucede ahora mismo en España. Hace cinco años era muy normal que cualquier joven o mayor, incluso sin especialización, aspirase a ganar mil euros. ¡Ahora son quinientos euros, o menos! Ya es así. Es decir: ¡eso ya está logrado, ya está hecho! En España la operación está prácticamente completada. Y no es solo eso, hay otras cosas que podrían tener un tratamiento “realmente” más democrático, no ya en el sentido etimológico de la palabra —del pueblo, o de la mayoría— sino en un sentido más ligado a un humanismo. Es así, y será una utopía, pero insisto, hay que ir en el camino de la utopía. También puede ser igualmente utópico un camino que no conduce a ninguna parte. Y yo insisto: este sí conduciría a alguna parte. Y ya se están dando indicios: en países aparentemente afortunados como Alemania, por ejemplo, hay barrios enteros en que practican esta economía de intercambio, esta economía subsistencial, basada en relaciones donde se produce una ausencia positivamente importante, y es la ausencia del falso valor que es el dinero, que es el que proporciona poder a una economía predominantemente especulativa… Me preguntabas antes por Podemos. No quiero subrayar demasiado lo que no veo. Voy a subrayar lo que sí veo: su decidido empeño en lograr una parcela amplia de poder. Yo desconfío definitivamente del poder.

—¿No valora el hecho de poder pelear, o levantar la voz, por los derechos sociales en España y en Europa?

—Estamos peleando en todo caso por volver a una situación menos mala, no por una transformación decisiva de un gran ciclo económico, que es lo que tiene que ocurrir, históricamente. No es lo mismo. En todo esto, además, hay cosas verdaderamente increíbles, aspectos tan crueles y tan devastadoramente injustos como puede ser, por ejemplo, lo siguiente: el Partenón es Patrimonio de la Humanidad. ¿Y las tecnologías? ¿Y la ciencia? ¿De quién son patrimonio? ¡De quien las compra! La ciencia y las tecnologías tienen que ser Patrimonio de la Humanidad. Hay una falsificación de la democracia ahí mismo, ya en eso tan decisivo.

—Hace poco decía la periodista Olga Rodríguez en estas mismas páginas que, ahora mismo, la Carta de los Derechos Humanos es un texto revolucionario.

—¡Estoy de acuerdo! Pero estoy de acuerdo también en que esa Carta es únicamente un texto. Y todos los textos no son más que textos. Nosotros tenemos una Constitución que dice que todos los españoles tienen derecho al trabajo, o a una vivienda. ¿Y qué significa eso? ¿Tienen el trabajo y tienen la vivienda de verdad? ¿Qué significa entonces esa Constitución? No es nada. Papeles, puramente especulativos, decorativos.

—La Universidad Autónoma del Estado de México le acaba de conceder el doctorado “honoris causa”, tres años después de que también lo hiciera la Universidad Autónoma de Santo Domingo. ¿Siente que se le lee de otra manera fuera de España?

—No lo sé. Hay países de Iberoamérica en los que se me aprecia, México es uno de ellos, pero puedo ser un perfecto desconocido en la mayor parte ellos quizá… ¿Qué significa eso? Yo no tengo por qué pensar que soy mejor leído, o leído con más cariño, en América que en España. Pero sí puedo pensar que, claro, en España existe una especie de tonto escalafón en el cual todo el mundo quiere tener su sitio. Entonces, pues… entre españoles suele haber cierta actitud desde la que se escatima el reconocimiento. ¿Por qué? Pues por la supuesta existencia de ese escalafón en el cual cuantos menos sitios estén ocupados o menos altura tengan otros, pues más posibilidades tienen los restantes. Pero eso no tiene importancia, eso ha ocurrido siempre, toda la vida. Desde el Arcipreste, o antes.

—José Luis Falcó le calificó hace años como un poeta “outsider”…

—¿Qué es eso de “outsider”?

—Alguien que trabaja al margen de corrientes y de las normas de juego…

—Me encanta estar fuera de juego…

—Sostenía también Falcó que el tema central de su poesía es el diálogo con el tiempo. ¿Está de acuerdo?

—Aunque no lo sepa o no lo procure, esa es una condición ineludible para todo poeta, aunque esté diciendo lo contrario, aunque se esté manifestando antitemporal. Pero lo es. Su manera de estar en el tiempo puede ser responsabilizarse con ese tiempo o tratar de olvidarlo, pero tratar de olvidar ese tiempo es una manera de estar en ese tiempo, la pretensión de un olvido es una forma de ser “outsider”…

—¿Tiene la sensación de haber sido un poeta incómodo?

—¿Incómodo? ¿Para quién?

—Para el poder, por ejemplo.

—No. Incómodo no. Yo he sufrido, pero me acostumbré a sufrir. No era lo peor. La antipatía y la sospecha, puestas sobre mí, y otras cosas muy graves, que parece que no recaían directamente sobre mí, pero… Yo soy un afortunado en relación con amigos, muy amigos, que ya no existen; y ya no existen no por casualidad, no porque de manera directa, física y objetiva, les metieran un tiro en la frente, no, no. Sino que simplemente la opresión, el sufrimiento revolucionario estéril, de una manera o de otra, acabó con bastantes amigos.

—¿Qué es para usted un “pensamiento poético radical”?

—El pensamiento poético, o es radical, o no es pensamiento poético. ¿En qué sentido es radical? En que tiene que suponer necesariamente lo que el propio adjetivo implica: que lleva consigo una raíz seria e imprescindible, una raíz que penetra, que se coloca y que concierne a la existencia, a los valores profundos de la existencia, y al mismo tiempo esa poesía tiene que ser un acto de enriquecimiento de la realidad, ¿de la realidad intelectual, de la realidad que concierne a la sensibilidad? Probablemente, pero la poesía tiene que ser un acto de revelación y de creación también, porque en la creación va incluida la obtención de una forma de placer. La poesía: o es radicalmente poética o no es. Luego hay grados de calidad dentro de esa radicalidad, qué duda cabe. Pero una poesía que sea meramente ornamental no es que no sea radical, es que no es poesía.

—¿Es el poeta un intérprete de su tiempo?

—Sí, pero no es un intérprete a los efectos de poner de una manera convencional, en claro, el tiempo histórico en el que vive. Eso está reservado para otro tipo de manifestaciones que también pueden ejercer los poetas, pero que no son objeto de poesía. Hay quizá una condición radical, que podemos entender como una constante desde que la poesía es poesía. Hay también una especie de necesidad histórica que tiene que ser referible a la naturaleza del lenguaje. Es decir: el lenguaje poético se tiene que oponer al lenguaje del poder por su radical diferencia, por su propia e inconfundible naturaleza, una naturaleza que se opone a la naturaleza del lenguaje convencional, que se opone a la naturaleza del lenguaje del poder… Lo que ocurre es que hay demasiados poetas que, de una manera probablemente bienintencionada, confunden la función de resistencia y de oposición que pueda tener la poesía respecto del poder; la confunden con los temas, con los enunciados, con la carga ideológica, con la explicitación de esas cargas… Y eso donde está mejor es en el manifiesto, en el periódico, en la radio, en el mitin, hasta en el púlpito si quieres… pero la poesía no puede prescindir de la que es su naturaleza añadida en términos históricos, es decir, su condición de ser un valor de sorpresa, un valor de creación, un decir lo que no se ha dicho, o lo que no puede ser dicho de otra manera….

Yo creo que es ahí donde debe buscarse la clave de una poesía que pretende no ya modificar la historia, que a tanto no va a llegar, sino simplemente manifestarse insurgente. Lo expresa muy bien el filósofo José Luis Pardo, cuando dice que un lenguaje que difiere, que se opone al lenguaje “establecido”, tiene ya en esa naturaleza, en esa condición, un valor de insurgencia. Eso es lo que quizá no entendieron los poetas de la posguerra española, los llamados poetas sociales.

—¿Cómo sería su mapa de la poesía contemporánea en España?

—En España hay que referirse a tres lenguas, cuando menos, y distinguir diversas y contrapuestas actitudes; una situación compleja. Para informar aceptablemente sobre ello necesito mencionar poetas. Lo haré en un curso descendente y flexible por edades, entre los 90 y los 45 años.

Se inicia con una línea que, radicada en el simbolismo, atraviesa las vanguardias, y en ella tenemos a Caballero Bonald, éste sólo en parte y valorando su novela (poesía narrativa, a mi juicio) Ágata ojo de gato. Fuera de esta línea, los fallecidos Claudio Rodríguez, gran poeta precoz, relacionable, quizá, con Rilke; Valente, magnífico en su poética místico/¿agnóstica? y Manuel Álvarez Ortega. También fallecidos, cuentan Gil de Biedma, inteligente, irónico, promotor –marketing confesado– de la llamada “Generación del 50”, y Ángel González, que asume con frecuencia la expresión del “dolorido sentir”. Por lógica expositiva, conviene hablar aquí de la posterior “poesía de la experiencia”, que se declara heredera de tal supuesta generación, con poetas ya sexagenarios y más jóvenes. Son respetables sus propuestas en los órdenes social y político, pero, a mi juicio, resultan regresivas, si no nulas, en su lenguaje “para todos”. Luis García Montero y Carlos Marzal son sus más evidentes representantes.

Retornando en la edad, con un lirismo próximo a la tradición pero independizado formalmente de ésta, encontramos a García Baena, Atencia, Brines o Rafael Guillén. El peso histórico y moral, la Guerra Civil y la represión aparecen en Francisca Aguirre, Grande o Sahagún…

—¿Y en otras lenguas peninsulares?

—En lengua gallega, importan Méndez Ferrín y Álvarez Cáccamo, lenguaje “rompedor”, conciencia cívica; Baixeras y Fernán Vello, líricos desde un lenguaje también avanzado; Pilar Pallarés, dolorosamente serena; Olga Novo, apenas treintañera, rebelde, tierna, dura, imprevisible. En catalán –y en castellano– Gimferrer, septuagenario, ordena sabiamente sensualidad y culturalismo. Vuelvo al castellano con tres poetas ya muertos: Ullán, radical en su búsqueda de los límites de la expresión, inclasificable; Aníbal Núñez, atormentado, sarcástico, que integra clasicismos y vanguardias; y Lepoldo Mª Panero, un “maldito” impresionante en su desgarrado discurso. Siguen, éstos vivos y activos, Colinas, sosegadamente cosmovisionario; Clara Janés y Olvido García Valdés, ceñidas a una sentimentalidad –estética y existencial, respectivamente– en modo grave y conciso; Juan Barja, que se expresa a partir de un lirismo que cabría decir “filosófico”; Miguel Casado (crítico notable), descriptivo o narrativo en superficie, se resuelve en conocimiento existencial; Ildefonso Rodríguez hace una poesía caracterizada por la tensión entre la realidad exterior y la subjetiva; Tomás Sánchez Santiago suscribe la cotidianeidad, sólo hasta el punto en que se declara insumiso y crítico; en Juan Carlos Mestre, la lírica subyace a un lenguaje ilimitadamente abierto, “insurgente” en relación con la dialéctica semantizada por el poder; Eduardo Moga se muestra diverso, próximo, a veces, al anterior; Vicente Valero, cuya palabra, no exenta de acentos elegíacos, oscila entre el placer y el dolor; Enrique Falcón tiende a construir un solo poema creciente que compatibiliza hermetismo y realismo, cristianismo y marxismo…

—¿Y por debajo de los 45 años?

—Conozco en torno a cinco (más puede haber) prometedores, pero con una obra aún poco definida. La media cualitativa es bastante más que aceptable, pero no altamente satisfactoria.

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