RAFAEL SARAVIA y VÍKTOR GÓMEZ entrevistan a Gamoneda en la revista «Quimera» (Abril, 2016)

Portada del nº 389 de la revista Quimera (abril 2016).

Portada del nº 389 de la revista Quimera (abril 2016).

[Reproducimos, por cortesía de los poetas Rafael Saravia y Víktor Gómez, la entrevista que le hicieron a Antonio Gamoneda y que se publicó en el número 389 de la revista Quimera, correspondiente al mes de abril de 2016]. 

Por RAFAEL SARAVIA Y VÍKTOR GÓMEZ

Antonio Gamoneda es un poeta de lo intangible y lleno de verdad. Un humanista que denota un pensamiento no sometido a una voluntad mercantilista; ni siquiera a una voluntad antropocéntrica. Un poeta que se mueve en ese “no saber sabiendo” de Juan de Yepes y que ha entroncado su existencia en esa cultura de la pobreza que nos muestra una contundencia propia del más rotundo Sartre o el más iluminado Slavoj Zizek. Su conciencia desarrolla una poética como pocas se han dado en este siglo pasado y el que pisamos. He aquí unas preguntas para conocer ese algo más de la intuición de un maestro como Gamoneda. 

—¿Qué puede aportar la poesía, a diferencia de otros modos de expresión lingüística como el ensayo, la narrativa o el discurso político, a la sociedad actual?

—Sí, puede aportar «a diferencia». En modo y manera muy diferentes. Sartre, en Orfeo negro, afirma que «… siendo la poesía irremediablemente subjetiva, no puede modificar las realidades objetivas». Así es, pienso yo, y añado para clarificar la cita: realidades objetivas como son el absolutismo práctico de los poderes establecidos; la apenas limitada apropiación, por parte del capital, de la producción generada por el trabajo; la muy irregular distribución de la riqueza; la inexistente definición jurídica de auténticos crímenes sociales etc. En menos palabras: las realidades estructurales. Y con más palabras: las realidades configuradas por el sistema, bien entendido que el sistema no es únicamente político (la democracia, por ejemplo), sino también su correlato histórico, el poder económico. Por esto me sorprendo cuando partidos presuntamente progresistas declaran que tal actividad o tal programa, «no», porque «es antisistema». No pienso en dictaduras ya fracasadas, pero sí me digo y les digo: «Amigos: ¿pero no es precisamente el sistema lo que hay que desmontar? ¿No es una democracia falsificada la máscara más o menos sonriente de un totalitarismo económico?

Pero voy a una relación más ceñida a tu pregunta, a lo que la poesía puede aportar a la sociedad actual y al argumento sartriano. Sí, de acuerdo con Sartre pero matizando: la poesía no puede modificar las realidades objetivas directamente, pero sí puede originar modificaciones subjetivas; intensificar las conciencias, la sensibilidad de éstas, y disponerlas a una más sentida observación de las causas objetivas, y a una crítica y una práctica revolucionarias (ya exteriores a la poesía, obviamente), aplicables a tales causas. Es verdad que hemos asistido al fracaso sucesivo de la llamada poesía social, en la posguerra, de la dudosamente existente generación del 50 y de sus epígonos recientes, pero es que, buenas intenciones aparte, que puede haberlas, unos y otros cayeron y caen en un error poético y táctico: el realismo a ultranza, asistido o no por causas objetivas, pero tan vacuo o débil como lo fue en la parte mayor de nuestros siglos XVIII y XIX. Mejor hubiera sido si, de algún modo, hubiesen coincidido con la propuesta del filósofo José Luis Pardo (al que voy a citar de memoria, con palabras que no serán las suyas pero sí honradamente equivalentes, espero), que viene a decirnos: la palabra poética libre, no limitada por el uso o por la norma académica, lleva consigo un valor de insurgencia. Y añado yo: con tal de que sea verazmente poética, no caprichosamente hermética o irracionalizada, trivialmente original o sorprendente. Y aún tengo una nota que no debe ser a pie de página: cuando hablo de una «práctica revolucionaria», no pienso en las armas, que inútiles y crueles serían, sino en legítimos movimientos ciudadanos; en conductas deducibles de la que yo digo cultura de la pobreza; en la desaparición del «espíritu» consumista, por ejemplo, que supondría la inmediata desaparición, a su vez, de la dictadura económica.

—Poesía, traducción, ensayo, autobiografía, entrevistas, charlas. En su obra hay una “descripción de la mentira”, un desligar la palabra dada de la acción de los cobardes. ¿Cómo ha ido evolucionando de sus primeros libros hasta hoy su visión del presente, del daño y sus formas expresivas?

—Hago lo que puedo. Limitado por la vejez y con la natural carga de inseguridades. Pero, antes de intentar contestarte, tienes que permitirme una reserva en relación con los «cobardes». ¿Qué cobardes? Si son aquéllos que aun teniendo algún aviso de conciencia, enmudecen y se acomodan provechosamente en el «sistema», no los degollaría, pero poco aprecio les tengo. Si son los «que ya no pueden más», o han sido aplastados por el sistema, o reducidos al temor, ese es otro asunto. En todo caso, no desligo mi palabra ni de unos ni de otros; de los primeros, aunque rara vez, para execrarlos; de los segundos, para compadecerlos activamente, si soy capaz de ello. Yo también puedo estar acobardado, bien lo sé hace más de sesenta años.

En cuanto a la mentira, pues cierto: creo en la existencia universal de la mentira. «Sólo es verdad lo que no es», he escrito en alguna ocasión. Para entendernos (aunque la palabreja me disgusta), te diré que atisbo la mentira con una dimensión «ontológica», lo que no me exime de usar palabras y asumir conductas que tienden hacia la que ¿transitoriamente? me parece una verdad. ¿»Tambaleo intelectual? Probablemente. ¿Contradicción? Seguro. Carlos Piera entiende la contradicción como elemento generador de poesía.

¿Mi evolución? Bien quisiera contestarte de manera suficiente, pero, como no sé, lo dejo para la crítica. Aunque algo te habré dicho ya si incluimos el «presente» en la «dimensión ontológica» de marras. ¿El daño? Pues tanto siendo el daño real (y aun siendo sólo una noción o una mentira), lo que me interesa únicamente es lo que, en esta conversación y hasta aquí, se pueda entender dicho por mí a propósito de la conducta necesaria. Estoy pillado, me doy cuenta: ¿Qué coños puede ser una conducta aplicada a lo que «no es»? Un absurdo; sí, un absurdo que padezco.

¿Y las formas expresivas? ¿Qué formas expresivas? ¿Las mías? Pues, si son éstas, me parece que he ido derivando más de la cuenta desde las palabras surgidas, por impulso, del no saber (de la conciencia subyacente, del «no saber sabiendo«, ya me entiendes) hacia la formulación de dudosos conceptos.

—Qué escritores cree que le influyen más hoy en día y qué hay en sus prácticas poéticas que le resultan atractivas o relevantes?

—A lo primero me fastidia contestar. Saca tú la cuenta de lo que se me ocurra: pesan más en mí el cancionero y el romancero anónimos que el mester culto; más los barrocos extremados que los renacentistas y que los barrocos que no lo son tanto; con mala conciencia, paso de los románticos ingleses, alemanes y franceses (no de su «espíritu»), y no digo nada de los españoles; me agarro al simbolismo francés con más gana que a los modernistas hispánicos y a la generación del 98, aunque me quite el sombrero ante Valle Inclán. Más cercanos, tengo grandes amores: Saint-John Perse, Aimé Césaire, Nazim Hikmet, García Lorca, César Vallejo… Y Rilke, ¿qué, qué hago con él? No sé. Pues, cargado con toda mi veneración, que le zurzan.

Aunque haya de ser sin querer y sin rigor, bien sé que tengo que filtrar todo esto. Veo que, me guste o no, me he decantado por la francofonía. A lo hecho, pecho y, ya un tantillo desesperado, saco la raíz cuadrada de la francofonía (¡ay, mis amados Lorca y Vallejo, ay!): me quedo con el mal bicho que fue Rimbaud y con el no muy simpático proclamado Gran Maestro Mallarmé. Aunque el más pegadizo puede haber sido Saint-John Perse. Yo qué sé. Y queda lo peor, las más imperdonables omisiones: ¿qué pasa con Fernando de Rojas, con Cervantes, con Proust, con Joyce, con Kafka, con…? No; no te digo más. Y de las «prácticas poéticas», nada, que todos lo sabéis. Confuso y ecléctico ando. Se nota ¿no?

—Rafael Cadenas habla de la poesía, además de como género, como una dimensión o presencia detrás de cualquier género. En este sentido, ¿cómo sitúa su obra en relación a artistas de otras disciplinas, como son las artes plásticas, la fotografía o la escultura? ¿Qué le aportan, en su caso, estos posibles diálogos interdisciplinares? ¿Qué caracterizaría para Antonio Gamoneda “lo poético” como dimensión que abarca tantas facetas del ser humano?

—Dice bien Rafael. Está claro, y el que no lo sepa que se apunte para ministro de cultura, y si sabe leer, que, sin ir más lejos, lea la Celestina, que allí lo tiene fácil, o cualquiera de las imperdonables omisiones que te he dicho. Y si aún quedase en el aire, desconsiderado por tanto, lo que toca al latido rítmico generador de la palabra poética, cabe salir de dudas verificando el monólogo de Molly Bloom en el Ulises, o la odisea del penado fugitivo, en Las palmeras salvajes (vale la traducción de Borges), o… Y de las artes visuales y del espacio. Pues también está fácil. Hay ejemplos sencillos, muy sencillos, de que rigen leyes análogas: una simetría arquitectónica o escultórica, ¿no son equivalentes a la simetría de dos endecasílabos? Y el desarrollo de un tema melódico, ¿no se da un desarrollo también equivalente en incontables esculturas, de Moore o en el Laoconte helénico, por ejemplo? Yo he visto el claro desarrollo musical de las sucesivas arquivoltas de ladrillo en el desván de La Pedrera. Bueno, basta de esto. En cuanto a los «diálogos», acabo también pronto: que yo recuerde, he intentado el diálogo con Bela Bartok, con Picasso, con Berruguete, con Chillida, con Tàpies, con Mestre, con… Lo dejamos también. ¿Y la «dimensión abarcadora»? Pues ya está dicho en lo que concierne al hecho compositivo. ¿Y qué más? ¿Los significados, el sentido? Aquí, la obviedad resplandece; me da igual que sea el Crucificado de Grünewald (la tortura), el Himno de la alegría o una máscara songha (una propuesta mágica). La poética (la «ley» estética), en su caracterización profunda, es la misma. Quien quiera complicar esta finalmente sencilla realidad, pues que se divierta.

—¿Qué hay de relevante en la claridad (supuesta facilidad, legibilidad) u oscuridad (dificultad, ilegibilidad) en su obra?

—¿Relevante? No sé. Y tampoco distingo mucho entre claridad y oscuridad en mi escritura. De inmediato no distingo nada. Yo sé «lo que sé» cuando me lo dicen mis propias palabras ya escritas. Es así. Si no se me entiende o no se me cree, recomiendo la lectura -otras pudieran ser- de Incógnito, de David Eagleman. De divulgación neurocientífica trata.

—¿Qué relaciones hay entre enfermedad y escritura en su trayectoria poética?

Todas. Y no digo «todas» para zanjar sin más el problema. La creación es inseparable de la biomedicina y la neurociencia también a efectos patológicos. Yo mismo sé que mi presión arterial sube cuando entro con intensidad en la escritura. Es normal. Y por citar un caso fuerte: a Mallarmé lo mató un espasmo de glotis mientras peleaba con Herodías, el poema inacabado después de veinticinco años de pelea. Y en orden inverso -de la enfermedad a la escritura-, todas también. Mi poesía no sería la misma sin la quietud de mis convalecencias o la fiebre visionaria de mis enfermedades en la infancia. O, ahora mismo, sin las dolencias y el deterioro de facultades que me proporciona la vejez. Cabe incluso que la capacidad poética pueda atribuirse a una ¿malformación? neuronal o a una relación enfermiza entre las neuronas. Esto no es más que una hipótesis, pero hay demasiados poetas «malditos», locos diagnosticados, suicidas etc. para que no sea así. Las personas evidentemente normales no suelen dar en poetas, aunque quieran.

—En los últimos tres lustros parece que se han visibilizado en España más diversidad de prácticas poéticas, individuales, de grupos o tendencias, marginales o cortesanas. ¿Cómo ve la situación española en cuanto a prácticas poéticas que se resistan al imperio del mercantilismo, espectáculo, pensamiento light, servidumbres voluntarias al sistema capitalista?

—La veo cualitativamente mediana, y sí, diversa. Pero esto segundo es positivo: la diversidad es indicio de una búsqueda, también diversa, que va a ser larga. Un caso distinto, que poco cuenta, es el de las «servidumbres al sistema». Lo doy por contestado y resuelto en mi respuesta a tu primera pregunta de hoy.

—Una vez dijo que escribe sobre la vida desde la perspectiva de la muerte (finitud y fragilidad humana) o algo similar. ¿Qué le supuso y que le supone ese vivir con la consciencia de que uno se va a morir? ¿Ha desarrollado diferentes modos de entenderlo, de posicionar sus textos o se mantiene con un criterio lineal? ¿Qué tiene de “político” este planteamiento?

—Sí, he dicho eso y sigo diciéndolo. Ninguna originalidad (véanse los núcleos de la escritura existencialista). ¿Qué me ha supuesto vivir -y escribir, que también es vivir- a partir de esa «consciencia»? Bien se puede ver, creo: referir mis actos, mis conceptos, mi sentimentalidad, mi entender todo -incluso lo bello y lo placentero- como un sinsentido, como un error: ¿para qué un viaje que consiste en ir de la inexistencia a la inexistencia). En fin, secundariamente puedo decirte que la ira o el miedo ante el error han ido haciéndose, con los años, más soportables. No es una aceptación, pero lo parece y supongo que algo se notará en mi escritura. ¿Qué cómo recae el conocimiento del error existencial en el espacio político? Creo que está claro: como una contradicción necesaria más. Y, a veces, como una generosidad impremeditada. Creo que era Nazim Hikmet el que hablaba de un muy viejo campesino que hasta el día de su muerte plantó pinos en su terruño.

—Dicen algunas personas que la poesía sabe más que el poeta. Si esto fuera así, ¿cree haber descubierto o comprendido cosas gracias a la relectura y reescritura de sus textos durante estos largos años? ¿Podría poner algún ejemplo concreto?

—Bien, eso que se dice es un modo de decir no del todo malo. Pero la poesía está en el poeta, aunque no lo sepa. Ya hemos hablado de esto. Lo que yo haya podido descubrir en el transcurso de los años es, técnicas de escritura aparte, poca cosa y nada sustancial. Sigue siendo la «consciencia» poética subyacente (la «subconsciencia», dicen otros) la que ha de decirlo y decírmelo. ¿Ejemplo concreto? Apenas procede, pero por complacerte y porque hay un conocimiento más «informado» (no siempre) después de la aparición poética… A ver. Sí, mira: «… sucedió en la inmovilidad como la música antes de su división» (Descripción de la mentira -1975-1976). «Aun habiendo cesado su temblor, la música permanece» (Las venas comunales, inédito -2010-2015). Cuarenta años y estoy en la misma audición impensada de la música. Ningún nuevo descubrimiento. Que descubran otros.

—¿Qué peligros cree que se ciernen sobre las prácticas poéticas hoy en día? ¿Qué suerte de censuras o trampas tratarían de impedir que los poetas aporten sus propuestas libertarias, anticapitalistas?

—Los mismos de siempre, más, añadida, la atracción (simpleza consumista y sensible) de las tecnologías digitales (móviles, twitear y todo eso) que está sustituyendo por una no sabida soledad los contactos humanos directos y, por ello, las emanaciones del ser activo viviente (la poesía, por tanto). ¿Censuras, trampas, impedimentos del sistema? Cercanas las tenemos: el Real Decreto-Ley 5/2013 impide al 99 % de los escritores españoles mayores de 65 años sobrevivir y escribir simultáneamente. Serán juzgados por el «Santo Tribunal de la Inquisición Democrática», y su supervivencia, si a ella alcanzan, será en la pobreza profunda (sustitución, a su vez democrática, de la hoguera). Os perdono a ti y al lector otros detalles que por ahí andan.

—¿Qué distinción ve entre realidad, realismo, fantasía, imaginación en la configuración de una obra poética?

—La poesía es realidad (una dimensión de la vida); el realismo es tendencia literaria que pretende para la escritura verosimilitud (simple semejanza con la verdad). La diferencia es seria. Fantasía, imaginación etc. Al incorporarse (y quizá también aunque no se incorporen) a la realidad poética, son parte de ella; realidad, por tanto. Realidad en virtud de que se constituyen en una presencia intelectual cierta. Los «toros celestes» de Lorca son reales en cuanto son en nosotros intelectualmente presentes. No alcanzo a saber cómo y por qué puede darse incomprensión de esto; ha de ser a causa de una muy pobre inteligencia y hasta de una muy escasa o muy turbia cultura adquirida

—Su escritura por venir, ¿qué nos propondrá?, ¿desde dónde va a exponer su obra inédita, en torno a qué cuestiones principales para Vd.?

—Sin grandes ni esenciales novedades, la expondré, como siempre, a partir de mi vida, y también a partir de la percepción de la vida en la plural generalidad que me incluye. Esto será, me parece, cada día en modo más débil, y uno vendrá en que el silencio sea aconsejable o, más simplemente, que el silencio se imponga en mi vaciada cabeza.

Gamoneda en el nº 389 de la revista Quimera.

Gamoneda en el nº 389 de la revista Quimera.

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